miércoles, 30 de diciembre de 2020

Antes que tú, después de ti

"Apenas unas fotos

que cada tanto miro,

yo, el más ajeno y joven,

último de la tribu."

Fabio Morábito

 

1

 

    Todos somos hijos de alguien. Es una obviedad, lo sé, pero ¿no admira a veces la ligereza con la que lo asumimos? La primera imposición de la vida, su primer peaje, es la dependencia, la obligación de ser hijo. Podemos, más adelante, elegir si ser o no ser padres, pero no a quien nos pare, nos cuida, nos atiende. Podremos ser o no "hijos sin hijos", de ahí el título de aquel libro de cuentos de Vila-Matas, pero hijos lo seremos siempre. Sin escapatoria. Sin remisión. De manera afortunada y fortuita. Desgraciadamente, también, aunque ojalá entonces lo sepamos por las palabras de otros y no en carne propia.

   Viene todo esto a colación de varias lecturas recientes y el final de cierto proceso de escritura. Y, como consecuencia, la siguiente reflexión: que la única manera honrada (y honrosa) de hablar de uno mismo es contar la historia de los otros, aquellos que, forzosamente, te precedieron. Porque ante el aumento desmesurado de la autoficción, de la que ya he hablado últimamente, me parece necesario reivindicar aquellas obras que, al menos, tienen el decoro de situar al autor en un segundo plano y brindar a otro personaje la oportunidad que nunca tuvo de protagonizar un relato, sea ficticio o no. Y quiénes más fascinantes que los padres de uno mismo, tal vez sus abuelos, padres de los tuyos. Quiénes más próximos, más desconocidos.

   Al fin y al cabo ser madre, o padre, es una forma de colocarse al margen, de asumir un definitivo papel secundario. Tanto es así que cuando alcanzas ese estatus dejas de ser hijo de tus padres para convertirte en padre de sus nietos. Quien lo probó, lo sabe. Así debe ser, supongo, pues no puede suceder de otra manera.

   Por esto mismo, tal vez llegue el momento de verse mirándolos, pues quién no se ha preguntado cómo fue que vivieron y llegaron hasta aquí. Será una historia sin brillo, seguro, como corresponde a esos tipos más o menos normales sobre cuya vida adulta apenas te preguntaste nada. Qué hay más corriente que tener hijos, si los tiene todo el mundo, piensas. Y, sin embargo, qué mayor misterio que rastrear en la memoria. 

 

2

 

   Creo, por lo tanto, que resulta más interesante la literatura que recrea la historia de esos otros que no la de uno mismo. Lo digo por experiencia, porque durante estos meses algunas lecturas me han regalado las páginas más emocionantes cuando ellos, los padres, aparecen. Puede ser, quién se atrevería a negarlo, que ahora presto a estos personajes mayor atención. Igual que, según corrobora Olmos, no eres consciente de que existen los carritos de bebé hasta que necesitas uno. Creo, además, que hablar de los padres es, como he dicho más arriba, una mejor manera de representarse. De ponerse en cuestión. De verse a uno mismo, en definitiva, con otros ojos.

   Me sucedió hace un par de años con Ordesa, de Vilas, que amplía la elegía a sus padres muertos que aparecía ya en El hundimiento. Hay en su libro más difundido páginas verdaderamente hermosas que recrean, imaginan, suponen, sospechan, descubren y recuerdan cómo vivieron y por qué. No luce igual su estilo cuando el protagonista es Vilas. Es mejor cuando los mira a ellos. Desde abajo, con los ojos del niño que se sorprende. Desde arriba, con los del adulto que se despide. Cuando el narrador habla de sí mismo, sin embargo, la emoción es diferente y el tono rehuye la ironía que sí funcionaba en otros textos, como Gran Vilas. Por eso me ha dado tanta pereza afrontar Alegría, porque me temo que no es ni una cosa ni la otra.

   He dicho, no obstante, que iba a referirme a lecturas recientes. Precisamente es la ironía la que permite a Rafael Reig contarse a sí mismo, o más bien contarnos el descubrimiento de su propia ineptitud, la llegada y el fracaso de las veleidades de un escritor que tarda más de treinta y cinco años en darse cuenta de qué es lo que debe escribir. El resultado es la historia divertida de un fracaso, como también lo era la de su amigo Orejudo en Los cinco y yo. El narrador Reig se automedica en Amor intempestivo una cura de humildad apabullante. Se dedica a explorar el verdadero valor de sus pretensiones de estudiante que aspira a genio literario y sus aventuras insulsas de joven profesor con una crueldad ejemplar. Y aunque no falta la ternura, sobresale el recuento de errores, de ocasiones perdidas, de daños colaterales, de sufrimientos gratuitos. Hay, además, cuestiones de dinero y bastante sexo, temas ineludibles del resto de su narrativa, como la estupenda Para morir iguales.

   Pero esta inmersión de Reig en la novela autobiográfica, como él mismo ha denominado, sería poco más que un testimonio entretenido cargado de mala leche si no fuera por los padres. En el centro del libro un acontecimiento trastoca, descoloca y transfigura. La de los padres de Reig es una muerte despiadada y sobrevenida, con la misma cantidad  de absurdo y sorpresa que contiene un terremoto. Igual de violenta e inesperada. Contada, no obstante, en el tono más neutral posible. Dejando atónito al lector, casi tanto como lo ocurrido al narrador que se confiesa. 


3


   Los hechos así revelan las verdaderas dimensiones de la vida y del tiempo. El del narrador, desde luego, fue otro a partir de entonces, pero no se dio cuenta inmediatamente, le hicieron falta veinte años más, hasta hoy, para reconocerlo:

Lo que ha venido después ya fue otra vida, y nos sucedió a otros, porque ya no fuimos los mismos (p. 66).

   Y, sin embargo, continúa otras cien páginas, en un ejercicio que retuerce la lógica del relato, rebuscando en los años 90 los últimos pecados antes de la conversión. Asumir que todo cambió desde entonces es su propósito descubierto según avanza, en plena marcha. No se intuye al principio. Cuesta creérselo al final. Pero hay testigos. Los objetos, que con su impasibilidad se convierten en los más obstinados supervivientes de la desgracia, que abren la puerta al pasado solo con su presencia, la continuidad de su propia existencia más allá de la de quien los tuvo en sus manos.

Los objetos son peligrosos: duran más que las personas, acumulan tiempo encima que se adhiere a quien los toca (p. 85).

   Este ejercicio de Reig, que procura poner en orden sus propios recuerdos y razones, ha requerido un lapso importante entre lo acontecido y la escritura. También en el caso de Vilas. Entonces, ¿es que resulta imposible comprender el pasado cuando es todavía reciente? ¿Solo podemos pensar con claridad décadas más tarde? Y la pregunta más dolorosa: ¿apenas entendemos a nuestros padres o abuelos cuando ya han muerto?

 

4

 

   Yo mismo he dedicado varios textos a mis abuelos, algunos poemas y un drama recién presentado como TFM. Qué curioso, la necesidad de escribir sobre ellos ha aparecido justo antes de que murieran y, sobre todo, a partir de entonces, con mayor claridad cuanto más tiempo ha pasado. ¿Es esta una forma de sortilegio, de conjuro, de llamada?

   La respuesta, probablemente, tiene poco que ver con términos mágicos como estos. Creo, sinceramente, que lo que hacemos cuando escribimos sobre ellos no es otra cosa que intentar comprendernos a nosotros mismos, que representar a los padres o los abuelos es buscar las razones de nuestro propio pasado para armar mejor el relato azaroso, sin sentido aparente, de nuestras vidas. No creo que fuera otro el propósito de Agustín de Hipona o Rousseau, referentes declarados de Reig en esta última obra, pues afirma que:

La vida no tiene argumento, es lo contrario de una película porque no podemos ver el final. Y hay que vivir intentando crear ese argumento, como si la vida tuviera sentido.

   Creo, de todas formas, que este afán de contarse, aunque sea en otros, es más poderoso cuanto más se asume ficción. La escritura de las escenas que protagonizan mis dos Sombras me lo ha demostrado. Porque entonces el personaje no es solo uno mismo sino todos y cada uno. Así funciona Antes del paraíso, el libro de relatos de Pedro Ugarte. Es un libro lleno de padres (y, por tanto, de hijos), prácticamente un catálogo de las desazones que puede provocar este hecho tan natural y, al mismo tiempo, trascendental en la vida de cualquiera. Un libro maravilloso, absolutamente conmovedor. Que probablemente parta de experiencias personales, pero que al lector ya no importan, trascendidas en la narración.

   Ugarte hila todos sus cuentos mediante un protagonista que se llama siempre Jorge y que, sin embargo, es cada vez un protagonista diferente: el hijo que se esfuerza en entender cómo fue la vida de sus padres; el matrimonio que comprueba cómo se distancia misteriosamente la imagen del espejo, la pareja de vecinos con quienes compartieron todo, que cambian de mundo mientras divergen, también, las vidas de sus hijos; el hijo partícipe de las rarezas de un padre que intenta hacerlo cómplice; el padre huérfano enfrentado a las manías de su abuela heredadas en cadena generacional; el padre divorciado y en barrena, a pesar del amor y las buenas intenciones; el padre que lo es de quienes son de otros; el padre de un hijo arrasado por montañas de regalos de una familia sin descendencia que no sabe amar; y, finalmente, el padre abandonado porque no compró el piso en el lado correcto de su edificio, en el que habría podido alcanzar la felicidad.

 

y 5

 

   Son historias sencillas que transcurren en urbanizaciones, concesionarios, colegios, bloques de viviendas y salas de estar. Historias cuyos Jorges protagonistas, siempre narrando en primera persona, se dan cuenta de lo difícil que es entender a las personas, de lo extraños que son los seres más queridos, de que la verdadera razón, el amor o la felicidad siempre están en otra parte. Es un gran acierto esta repetición del nombre de un protagonista que no puede ser el de todos los relatos, pero que se convierte así en el contenedor perfecto de todas las frustraciones que la paternidad genera. Son historias grises, en efecto, como todo este mundo que precede al paraíso esperado, con la amargura que da saber lo lejos que cada uno estamos de lo pretendido. Historias que, sin embargo, representan de una manera hermosa la fuerza incomprensible con que ciertas formas del amor asumen con cada vida la necesidad de un nuevo intento. Amor a los padres. A los hijos. Nada más viejo. En palabras del Jorge que mira a sus padres en el relato del mismo título que abre el libro:

Los hijos arrastran en la conciencia una porción onerosa de sus padres, y los padres asumen una carga parecida, allá donde nada se ve. Los padres sostienen a sus hijos con una mano invisible, mientras con la otra se sostienen a sí mismos, y esa doble tarea, tan penosa, les ocupa hasta morir. Pero hay un momento en que la identidad de unos y otros se confunde, un momento en que cambian los papeles, o quizás se superponen (p. 22).

   Somos obligatoriamente un hilo de la cuerda que generación tras generación soporta el peso del mundo. Un mundo a menudo incomprensible, bien es cierto, o cuando menos desconcertarte. Normal que en ciertos momentos necesitemos agarrarnos a algo, lo que sea. A veces se tensa demasiado, corre el peligro de deshilacharse. Pero es que, nos advierten estos libros, es el único lazo del que pendemos, al que, además, tal vez también otros acaben asiéndose. Y así sucesivamente. Mientras seguimos esperando, qué remedio, un paraíso.




jueves, 1 de octubre de 2020

Para siempre ¿o no?

  Un ensayo sobre Sinfín, de Martín Caparrós


El futuro fue. / Desapareció, / si es que alguna vez / estuvo aquí conmigo.”

Josele Santiago (Siete mil canciones)



1. UN TERRITORIO IMPRECISO


   “¿Quieres vivir para siempre?” Esta frase escuchada en el tramo final de la película Conan, el bárbaro dejó alucinado al chaval de ocho o nueve años que era yo en una de esas noches memorables. Una cinta de VHS alquilada en aquellos prósperos videoclubs de los 80. Un mundo primitivo, violento y brutal. Y un personaje femenino osado y sin complejos que empujaba al simple y fortachón Shwarzenegger a una misión suicida de justicia y venganza. Entonces, esa frase. Grabada en la memoria. Perturbadora. Calando a un niño que no estaba preparado para semejante descarga. Que no entendía. O tal vez sí, y de ahí la persistencia de su eco. Un regalo más de la desordenada cinefilia de mi padre, despreocupado por las recomendaciones de las autoridades competentes para la edad del público de ciertos filmes. Que aceptaba a aquel infantil compañero de butaca incluso habiendo comprobado que de vez en cuando la potencia de las imágenes no me dejaba dormir. Así, en el cine de verano, en una sala o en casa. Como ocurrió con otra decena de películas de impresión imborrable. Irresponsabilidad o inconsciencia, vete a saber. El caso es que en aquella entre los cientos que vi de niño esa frase ha quedado ahí. La recuerdo bien, más de treinta años después. ¿Por qué?

   No he vuelto a ver la película ni he buscado la línea de guion exacta ni el nombre del personaje o la actriz que representaba su papel. No he sentido la necesidad. Pero sé que de alguna manera esa frase hizo saltar un mecanismo, me lanzó a pensar, con toda la ingenuidad y rudimentos de la edad, en ese territorio impreciso del futuro. Ese futuro que ocurrió hace milenios en Stars Wars, que estaba a la vuelta de la esquina en 2001, la frontera recién traspasada en los calendarios de Blade Runner.

   Es difícil determinar el momento en que alguien piensa por primera vez en lo que vendrá. Y, sin embargo, nada más natural, hasta doméstico. Pongamos que fue entonces, con esa frase. A pesar del mundo mítico y maravilloso que recreaban las imágenes, en nada comparable a la calle recorrida a diario, tu casa, tu colegio. Guerreros, poder, magia. Otro mundo. Al fin y al cabo, en eso consiste la ficción. ¿Pero por qué daban más miedo, inquietaban la visita de Terminator, las dudas existenciales de Robocop, Los Ángeles de Rick Deckard, el viaje espacial de la Discovery o el octavo pasajero?

   Incluso cuando adolecían de defectos típicos de serie B aquellas películas introdujeron en mi generación un imaginario futurista desencantado, problemático y apasionante. En efecto, la ciencia ficción nos llegó en películas y series antes que a través de los libros. Una marca de la época, supongo. Una moda, también, que hasta se introdujo en la comedia con Alf o Marty McFly o versionó clásicos en anime como Ulises 31. En cualquier caso, un primer universo alejado de Disney, un paso adolescente sin rumbo fijo, pero que sospechaba de las varitas mágicas, las hadas, las princesas y todo lo demás. Tal vez por eso nunca nos convenció del todo Harry Potter. Tal vez por eso no me trague Juego de tronos y sí Black Mirror.


2. LO PROSPECTIVO


   No quiero despreciar con esto lo maravilloso ni lo fantástico ni descartar sus logros literarios. Simplemente, constatar la diferencia. A pesar de que mi generación llegó antes a la ciencia ficción por las imágenes que por las palabras, los mundos creados dentro de este género para el cine o la literatura siguen reglas similares. Mientras la verosimilitud de los relatos de fantasía es autónoma, es decir, depende de la creación de un mundo cuyas normas no se corresponden con la realidad empírica, la de la ciencia ficción explota la posibilidad de que su mundo exista siguiendo los mismos parámetros que hoy se consideran válidos. Imaginación razonada, pues, sobre todo cuando entra en el terreno de lo especulativo o “lo prospectivo”, como prefiere llamarlo Fernando Ángel Moreno, uno de los mayores especialistas en la materia.

   En su manual, Moreno (2010: 177-180) describe las características de la narrativa de ciencia ficción, haciendo hincapié precisamente en que establece un pacto de ficción diferente al de lo fantástico y lo maravilloso y, por supuesto, al del realismo, así como busca un efecto diferente en el lector (que también es aquel niño, temprano espectador de cine), lo que denomina “catarsis cognitiva”. La literatura de ciencia ficción no pretende que el lector se asombre ni causarle el desasosiego inherente a todo misterio inexplicable, lo que sería propio de la literatura maravillosa y fantástica, respectivamente. De hecho, la especificidad de la ficción prospectiva es la tensión que se establece entre el mundo real y el ficcional, ya que este debe ser plausible y verosímil en cuanto que el lector acepte la posibilidad de que una novedad o nóvum altere la realidad por él conocida, bien en un futuro próximo o lejano, bien en un presente o pasado reciente alternativo (Moreno 2010: 194-195). El resultado de la introducción de este “elemento insólito” es un “extrañamiento” del lector que, sin embargo, “queda en un segundo momento explicado con el recurso al discurso científico-tecnológico” (Córdoba 2011: 72).

   Así, bien sean los viajes en el tiempo, el contacto con una civilización extraterrestre, la existencia de ciborgs o los viajes intergalácticos, el nóvum de una novela de ciencia ficción debe ser asumible en cuanto consecuencia posible de un hallazgo científico o tecnológico desarrollado desde el presente que comparten autor y lector. El relato, en consecuencia, especula sobre lo que pasaría o habría pasado si tal o cual cambio tuviera o hubiese tenido lugar. ¿Es esto lo que lo hace más inquietante? Recordemos que hay una justificación científica, más o menos cercana al propio discurso de la ciencia, tras la trama de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde, de La guerra de los mundos, de La invención de Morel y de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, pero no en Drácula, La metamorfosis, El señor de los anillos, El león, la bruja y el armario, Alicia en el país de las maravillas o La autopista del Sur. Por mucha variedad que podamos encontrar entre los ejemplos de esta lista, la suposición de que los hallazgos científicos condicionan los hechos del argumento es capital en esta distinción. De ahí el nombre del género, por supuesto.

   Pensemos de nuevo en aquel niño. Años después de ver Conan, el bárbaro, leyó Frankenstein, de Mary Shelley. Más allá del icono desgastado y hasta parodiado del monstruo con tornillos, ¿qué lo embauca o aterroriza? No son las descripciones eludidas por los narradores, pues a la “criatura” no se le pone ni nombre. Algo, sí, la trama angustiosa, autodestructiva para ambos, creador y creado, la persecución incansable hasta el confín del mundo. Pero, sobre todo, la potencia de ese nóvum universal y, hasta hoy, de una vigencia sorprendente. La especulación ficcional de esta novela la coloca como piedra angular del género: ¿y si alguien hubiera tenido la posibilidad técnica, por medio de una ardua investigación científica, de crear un ser vivo nuevo?; ¿podría razonar?; ¿podría convivir con los seres humanos?; ¿qué consecuencias tendría su diferencia, su carácter de único representante de una nueva especie?; ¿o sería en realidad como nosotros?

   Doscientos años después, el eco de estas preguntas sigue retumbando. Quién no ha empatizado con la terrible soledad de la criatura desterrada, su resentimiento universal, su ansia vengativa; quién no ha sentido la culpa del genio irresponsable de Victor Frankenstein. Este es el poder que la ficción prospectiva es capaz de desarrollar, su típica tensión entre el mundo real y el posible, que, un paso más allá del nuestro (o en un lugar paralelo alternativo), conlleva una reflexión sobre el presente que es la marca del género. No en vano, ¿quién no ve la sombra de la criatura de Shelley en el replicante Roy Batty mientras pronuncia el monólogo más recordado de la historia del cine? ¿O es al revés?



 

   No quiero decir que otras reflexiones no puedan darse a partir de los mundos posibles creados desde otros géneros ni que toda la literatura de ciencia ficción mantenga la misma vigencia. Solo que esta es una característica propia, pues ningún otro tipo de ficción “trata de la construcción de un momento hipotético” (Córdoba 2011: 54) o se basa en

una contraposición entre dos instancias temporales: el presente histórico […] y la transposición ficcional de las condiciones predominantes en ese periodo a otro tiempo, usualmente el futuro (Cano 2006: 60).


   De ahí la “actitud crítica” que resulta tan interesante para el lector, pues permite plantearse dilemas y explorar significados que, de otro modo, serían pura abstracción. El poder de la imaginación prospectiva puede llegar hasta el punto de crear el término “robot” antes de que exista la máquina real que merezca tal nombre (Čapek) o formular las leyes de la robótica por primera vez en un relato (Asimov).

   Estas características del género lo hacen especialmente atractivo para plantear problemas contemporáneos, más aún en este maremágnum en el que la innovación tecnológica parece haberse independizado de la propia ciencia y acelerado su ritmo. Planteémonos, por ejemplo, cómo será entonces nuestro mundo en 2070. Pero no en series británicas como Years and years o Black Mirror ni en películas de Hollywood como Interstellar. En una novela. En castellano.

3. BURLAR A LA MUERTE


    Publicada hace apenas unos meses, Sinfín es la última novela del argentino Martín Caparrós, nacido en 1957. El relato es la transcripción de la investigación periodística que la “relatora” Lin Antúnez desarrolla durante tres años, entre 2069 y 2072. Su objetivo es reconstruir la verdadera historia de ‘tsian’1, la mayor innovación de la historia de la humanidad, la que ha terminado por cambiar la historia del mundo en las últimas décadas, desde mediados del s. XXI. Y ¿qué es ‘tsian’? Nada menos que la posibilidad de transferir la mente de un ser humano a una máquina, un repositorio, una especie de disco duro, para que, así, abandone definitivamente su cuerpo y, en lugar de morir, siga viviendo indefinidamente en una realidad virtual previamente diseñada. ¿Para siempre?

     Tal es el centro del nóvum que plantea Caparrós en la novela. Algo tan desmesurado como una eternidad de facto, la burla definitiva de la muerte. Lin Antúnez narra la historia de ‘tsian’ desde la atalaya del éxito incontestable de la nueva técnica, que ha cambiado el paradigma de la historia. Pero, incluso desde ese punto, se cuestiona: ¿quién y cómo inventó ‘tsian’?; ¿cómo y por qué se expandió su uso? Y, claro, para averiguar, siguiendo la técnica de los antiguos periodistas, tiene que preguntar. Preguntas incómodas, seguramente, para una sociedad ensimismada ante el nuevo futuro.

    El lector recorre las páginas del extenso reportaje que incluye entrevistas, declaraciones, sumarios de hechos “históricos” y reflexiones mientras descubre cómo ha sido la evolución del medio siglo de futuro que le espera y, sobre todo, la génesis y triunfo de ‘tsian’. ¿Cómo ha sido posible? El hallazgo no es, desde luego, fruto de la magia, sino de las investigaciones de ciertos oscuros científicos, de ahí que la novela utilice sin dudarlo las convenciones del género, no solo por situar al narrador en una perspectiva futura de cincuenta años, sino también por explicar cómo se llevó a cabo el descubrimiento. Esa parte razonada de la imaginación, ya se ha advertido, es clave en este tipo de ficción.

    Así, Lin Antúnez relata sus pesquisas sobre el proyecto, los experimentos, la investigación y el desarrollo de esta técnica de transferencia del cerebro. Y lo que la relatora averigua contradice (la finalidad del oficio de periodista es, en todo momento, uno de los motores de la novela) la versión oficial, conocida como “La Más Bella Historia”. Por su final feliz, se entiende. Un relato casi mítico, de sacrificio y audacia, que encumbra a la fundadora e inspiradora del proyecto: Samarin Ben Bakhtir, Samar. Y, como tal, un relato parcial e interesado que pretende liberar a la humanidad de cualquier cargo de conciencia por los métodos empleados en su desarrollo.

    La historia, veloz y absorbente, se despliega desde la década de los 30 hasta el presente de la narradora, unos treinta y cinco años de tentativas, vaivenes, obstáculos, cambios de propósito, gestión, alcance y difusión. Desde los experimentos criminales en la sórdida clínica de Badul en Patagonia hasta el “’Tsian’ para todos” proporcionado por los estados a partir de 2059 (China, claro, fue la primera), pasando por la elitista empresa de Torino en la que empiezan a transferirse por cifras astronómicas y a cuentagotas los cerebros de algunos millonarios.

    Pero tan apasionante como la trama que va siguiendo las vicisitudes del mayor invento de la humanidad es el descubrimiento progresivo que el lector va realizando de la historia que le espera, de todos los cambios que el mundo experimentará en las próximas décadas. Esta operación de lectura que propone Caparrós, una indagación sobre el porvenir de la humanidad, es, en el fondo, como siempre en este género, una pregunta sobre la actualidad. Porque

La obra de ficción del futuro se esconde tras el presente: se subordina a este; y de alguna forma borra su artificio al ofrecerse como una nueva continuación de la “realidad” en la esfera literaria, una mera continuación lógica y casi automática de procesos y fenómenos identificables en el presente (Córdoba 2011: 106).


   He ahí el efecto de la ciencia ficción sobre el lector, obligado por el texto a examinar el futuro planteado como “continuación lógica” de su mundo y, por lo tanto, a reflexionar sobre los aspectos de este que determinarían dicha deriva histórica. Sobre todo, y de ahí que predomine esta posibilidad tanto en la narrativa como en el audiovisual, en el caso de que sea un futuro poco halagüeño. No obstante, el autor debe poner cuidado en lograr que tal proyección resulte lógica en el relato, creíble. Si no, el pacto de lectura sería otro. La expectativa, diferente.

4. PORVENIR


   ¿Puede, entonces, resultar verosímil el futuro? Creo haber explicado más arriba que esa es precisamente la característica fundamental de la ciencia ficción, sobre todo cuando tiende al relato especulativo, cuando realiza una “prospección” en el tiempo para construir una alternativa plausible para el lector. Y si el mundo de Sinfín resulta verosímil, ¿cómo lo ha conseguido su autor?

   Su imaginación extraordinaria ha dispuesto cambios radicales en el futuro próximo, pero siempre dejan la sensación incómoda de que son cambios, por qué no, posibles y hasta lógicos. Por trágicos o asombrosos que parezcan ciertos acontecimientos, la formación periodística e historicista de Caparrós ayuda a construir un mundo alternativo que, por desgracia, no resulta descabellado. Muchos de ellos son, desde luego, consecuencia de las dinámicas geopolíticas, sociales y económicas que hoy se pueden vislumbrar, pero en realidad afectan a toda una concepción de la vida humana, puesta en cuestión.

   El relato proporciona a estos cambios el estatus de los hechos históricos, ya que aparecen sumariamente narrados por una voz, la de la relatora (periodista en un futuro en que este oficio no se entiende como tal), que con cierta frecuencia se dirige a los lectores para decirles que “todos ustedes saben” (pág. 235). Esto es, Lin Antúnez reconstruye la historia de ‘tsian’ contra la versión oficial, pero al situarla en el contexto histórico la relaciona con acontecimientos de sobra conocidos por todos sus lectores, los narratarios de 2072. Luego nosotros, lectores de 2020, no tenemos más remedio que asumirlos, más allá de que ninguno de estos hechos, a pesar de su trascendencia, pueda alcanzar la espectacularidad y el impacto de la invención del paraíso (eso significa ‘tsian’ en chino) en la Tierra.

   Página a página y de forma progresiva, tal y como es propio de la retórica del género según Moreno (2010: 230), estos cambios contextuales producidos en el futuro se van introduciendo en paralelo a la historia de ‘tsian’ con una naturalidad pasmosa, pues se dan por sobreentendidos para los narratarios del texto de Lin, introduciendo, como se verá más abajo, términos inventados y modificaciones de los ya existentes. Además, se van colando algunas referencias a personajes reales, como el Papa Bergoglio o Xi Jinping. Veamos un resumen de esta historia abreviada del s. XXI:

  • Clima: la temperatura del planeta sube definitivamente; el cambio afecta a las regiones templadas, Europa sobre todo, pero se desarrollan nuevos sistemas de refrigeración que permiten continuar viviendo en lugares muy calurosos. Surge la selva en la Patagonia y el desierto en el sur de Europa. El turismo de playa se desplaza… al Báltico.

  • Tecnología: numerosos inventos y técnicas son imaginados sobre la evolución de los ya existentes; así, la Trama sustituye a internet, pues supone un sistema más complejo de relaciones comunicativas y almacenamiento de toda la información existente; las “holos”, que desarrollan el concepto actual de lo audiovisual y se convierten en el formato de relato universal; los “quantis”, sustitutos de los ordenadores; los “kwasis”, primeros robots; los viajes en drones o conducidos por robots choF; la comida “autónoma”; el programa Trad, que elimina a los intérpretes gracias a su “panlingua”; los “intras”, dispositivos intraoculares no solo para ver mejor, sino para registrar lo que se ve y analizarlo; los “truVí”, especie de entornos virtuales que añaden sabores, olores y tacto a lo audiovisual, y que acaban sustituyendo al sexo en presencia, los viajes…; el recambio de órganos del cuerpo para alargar la esperanza de vida más allá del siglo; y, finalmente, la “reVida” customizada en que consiste ‘tsian’.

  • Política: los estados se desploman ante el poder de las Corpos; medievalización (división nacional y regional) de Europa; supervivencia de las grandes capitales, aisladas del resto; creación de Tainam, Latinia y de un nuevo Estado Brasiliense; poder de China e India, sobre todo la primera, único estado “fuerte”; emigraciones masivas, la mayoría desde África; división del mundo y abandono definitivo de los “incontables”, los cientos o miles de millones que quedan fuera de los avances tecnológicos y viven en territorios devastados.

  • Economía: la robotización conlleva una pérdida masiva de empleos, por lo que se generaliza la rentUn, un subsidio por no trabajar, pero que apenas permite alguna expectativa; la imposición de China como único estado fuerte generaliza el yuan como moneda; la comida “autónoma”, artificial, conlleva el desprestigio y abandono definitivo del campo y sus actividades.

  • Sociedad: normalización del cambio de sexo y reestructuración del género en “hombres, mujeres y fluides”; reivindicaciones ligadas al derecho a una #VidaMásLarga, primero y a ‘tsian’ más tarde; aislamiento de los cuerpos frente a la realidad, tendencia a “alejarse” (pág. 46) de ellos, virtualizarse; nuevas doctrinas filosóficas sobre la muerte, “inmortalistas”, “maquinistas” y los “Perfes”; extinción de la palabra escrita, que la narradora conserva como “vieja tradición” (pág. 95); relativismo absoluto ante la inmensidad de la información en la Trama; caída definitiva de las religiones ante la general no aceptación de la muerte; no obstante, la Guerra de Dioses entre “islamos” y “catolos” hasta la imposición de ‘tsian’, fanatismo.


   Tal es el nóvum propuesto por el autor. Una imagen de un mundo cambiado pero reconocible, perturbadoramente familiar ahora que estamos a punto de empezar una década de inmersión en lo virtual, globalización problemática, tensiones entre estados, migración, epidemias, incertezas… Porque “la fuerza del género se basa precisamente en nuestra real impresión del desconocido «futuro»” (Moreno 2010: 256).

Desplegado en una cronología, la historia que viene, la “prospección” del autor, quedaría más o menos así:



   ¿Podría ser este el porvenir del mundo? ¿Si existiera ‘tsian’ el próximo desastre sería admisible?


5. INTERROGANTES


    ¿Cuál es el propósito de semejante trabajo imaginativo, esta invención del próximo medio siglo de la historia? Evidentemente, es doble: según la lógica interna del relato, proporciona a la invención de ‘tsian’ un marco razonable en el que llevarse a cabo, justifica su triunfo y el presente de la narradora; pero también es imprescindible, más allá de esta lógica interna, para suscitar en el lector las preguntas y reflexiones que el autor va desgranando.

   Ya se ha mencionado que una de las características fundamentales de la ciencia ficción es su actitud crítica, su cuestionamiento del presente. Caparrós utiliza el tiempo futuro con esta finalidad, en efecto, puesto que

adentrarse en el futuro implica profundizar en una de las inquietudes más trascendentales del ser humano: lo desconocido, lo que no sabemos si llegaremos a ver y, más importante aún, la consecuencia última de nuestros actos. […] Literaturizar el futuro implica llevar la ficción a sus máximas consecuencias, explorar uno de los límites (Moreno 2010: 257).


   Estas inquietudes no son solo nuestras, lectores de 2020, sino que reproducen las que el relato de Lin quiere transmitir a sus narratarios de 2072 y las que ella misma introduce como comentario o reflexión (en párrafos marcados entre paréntesis) a las palabras de los entrevistados o la relación de acontecimientos. Porque, aunque parezca que no tiene sentido, “el trabajo de un relator es decir cuando no debería” (pág. 432), provocar la suficiente incomodidad como para plantearnos nuestra propia historia, por mucho que esta simule un final feliz.

   La investigación de la narradora va lanzando dilemas e interrogantes según se acerca a los hechos ocultos bajo la versión oficial de LaMásBella. Al fin y al cabo, ‘tsian’ surge de las investigaciones de las Corpos médicas fabricantes de órganos artificiales en su afán de prolongar al máximo la vida humana. Como consecuencia, se trastocan los conceptos de la juventud y la vejez, extraordinariamente alargadas, pero se observa un cansancio derivado de la dificultad de morirse. ¿Es deseable vivir tanto? ¿Es bueno ser viejo más tiempo, tanto tiempo? Y si, llegado a cierta edad, alguien te preguntara si prefieres no ser más viejo y elegir cómo pasar el resto de una eternidad de tiempo indefinido, ¿qué harías? ¿Transferirías tu cerebro, cortado en láminas? ¿Dejarías por fin tu cuerpo muerto, desechado? Inevitable la búsqueda de un invento como ‘tsian’, que a la vez eluda la muerte cerebral y, además, se deshaga de la carga de lo físico. ¿Quién soportaría la angustia existencial y la ansiedad ante una muerte accidental cuando existe la posibilidad de asegurarse un futuro para siempre?

   Las reflexiones sobre el cuerpo y sus límites son constantes a lo largo de la novela. Mientras la tecnología consigue desvincular cada vez más a las personas del mundo empírico, incluso para el sexo y el ocio, y algunos dispositivos tecnológicos se integran bajo los tejidos, el cuerpo parece un estorbo. Caparrós conecta aquí hábilmente la historia con los postulados referentes al posthumanismo y el transhumanismo, pero sin mencionarlos. No en vano es necesario un soporte físico, informático, para la ‘tsian’ de cada uno, lo que implicaría transformar lo humano en máquina y aislarlo del mundo real. Pero ¿sigue siendo una persona el cerebro transferido a un entorno virtual, por muy sofisticado que este sea?; ¿se puede llamar vida a esa “reVida” programada en un mundo a la carta pero acotado?

   Otro de los puntos clave de la investigación de Antúnez es el origen ciminal y, desde luego, inmoral, de las investigaciones que permitieron el desarrollo de ‘tsian’. Badul y Van Straaten experimentaron con cientos de personas y ni siquiera al final del proceso, con la transferencia del cerebro de este último, alcanzaron una solución satisfactoria, aunque fuera imprescindible para lo que vendría después. ¿Cuántas muertes se pueden justificar ante la importancia del descubrimiento? La propia Lin se lo pregunta, a pesar de ser ella quien ha hurgado en la basura:

¿Qué sentido tiene revolver ahora los orígenes? […] Sé que no le importa a nadie. A lo sumo, alguno dirá que fue un sacrificio razonable -porque no fue el suyo. Es fácil sostenerlo: si murieron, digamos, 500 personas o 5.000 personas para que 5.000 millones ahora se regodeen en sus ‘tsian’, quién podría decir que no fue un buen negocio (pág. 432).


   Y aun siendo así, Badul no muere tranquilo (porque él muere de verdad, sin transferirse) hasta asegurarse de que alguien sabe la verdad y la va a contar. ¿Qué teme, después de ser el artífice del mayor progreso de la humanidad? ¿A su propia moral? ¿Alguien sería capaz de firmar el resultado de esta ecuación? Y si otros acontecimientos, consecuencia directa de nuestras decisiones, como la Guerra de Dioses, mata a millones, ¿por qué rechazar la investigación sobre humanos, el despiece en taller de unos cuantos en beneficio de todos?

   Sinfín relata un cambio trascendental en la historia de la humanidad: el fin de la muerte como la habíamos conocido, una paz definitiva. Y, sin embargo, confirma sin sonrojo que nunca los avances son para todos, que el progreso no va a llegar a todas partes. Una quinta o sexta parte de los ciudadanos del mundo seguirá muriendo, enfermando, sufriendo igual que antes (Latinia, África, Asia Triste). Se constata que la igualdad es imposible; el acceso universal, una quimera. Sea cual sea el trayecto siempre va a haber excluidos.

   Y también, cómo no, los personajes. ¿Quiénes han logrado tamaño logro? ¿Quiénes son los protagonistas de una historia como esta? La novela presenta, a través de las entrevistas con Badul, Liao, Mei, Galdós y Senhora y las investigaciones sobre la Dama Ding (presidenta de China), Gao Alasha y, por supuesto, Samar, una amplia galería de personajes de dudosa reputación, intereses espurios y tendencia al cinismo que se convierten en responsables del mejor momento de la historia. ¿Será que está la humanidad condenada a depender de la audacia, la ambición o la irresponsabilidad de unos cuantos para dar los pasos que la emancipen? Y si la propia historia de ‘tsian’, más allá de la bella historia oficial, es oscura y azarosa, ¿es que siempre dependerá el futuro de ciertas casualidades, como el encuentro entre Samar y Badul que condiciona todo y todo lo empieza (págs. 103-111; 125-128)?

   La relatora responsable del texto duda, además, en varias ocasiones del propio sentido de su investigación y de la labor propia de los periodistas de antes. Se muestra confusa desde que por azar encuentra en Darwin un cabo suelto de LaMásBella. Quiere contar la verdad, armar la historia, reunir toda la información posible, pero reconoce que “toda historia es la simplificación de una historia: el fracaso en mostrar los infinitos matices de una historia” (pág. 95). ¿No es eso siempre el periodismo? ¿No lo son los relatos de la Historia? Para colmo, en la última página del libro un código QR proporciona el enlace a las anotaciones que un improbable lector aún más futuro del texto que acabamos de leer hace sobre lo que le parecen simplificaciones o incorrecciones en el texto de la relatora. ¿Qué palabras entonces fueron ciertas? Si tampoco ella fue objetiva ¿quién lo es?

   Finalmente, Lin Antúnez añade al relato las anotaciones de su diario (págs. 461-480). Dos meses de 2072 en que se exacerban las dudas y conoce a quienes se oponen a ‘tsian’ clandestinamente. No duda de la historia que ella misma ha reconstruido, sino de la propia entidad de ‘tsian’. Porque, tal y como le plantean estos nuevos revolucionarios, no hay pruebas de cómo es ‘tsian’ una vez dentro ni de cómo funciona. ¿Podría entonces este “paraíso” ser nada más que una nueva ficción como lo fue aquel de los antiguos? Todo lo que supongamos vivir más allá de este cuerpo ¿no es en el fondo una ficción? ¿Importa que lo sea en “un mundo feliz”?


6. ¿UTOPÍA?


   En efecto, la última de las siete partes en que Lin Antúnez divide su relato sobre la evolución de ‘tsian’ se titula “Un mundo feliz”. ¿Es este adjetivo tan irónico como en la novela de Huxley o refleja verdaderamente la superación de una de las mayores crisis de la humanidad, el hallazgo de un futuro mejor? O, dicho de otra manera, ¿estamos ante una distopía o una utopía?

   Parecería temerario, desde luego, que Caparrós se lanzara en estos tiempos a escribir un relato utópico. La distopía, con criadas subyugadas a sus amos, zombis caminando o abejas mecánicas dirigidas por un hacker asesino, es predominante en la ficción literaria y audiovisual más actual. El furor tecnológico se mezcla en este principio largo del siglo con una falta de horizonte y un relativismo moral feroz. Rápido, sí, pero sin saber adónde.

   Y sin embargo Sinfín, como novela, ofrece un futuro tenebroso que se hace razonablemente próspero en su última década gracias a ‘tsian’ y su difusión, una vez intervenida la empresa por el gobierno chino. A partir de 2062 se acabarán las guerras y la angustia y cada vez más gente disfrutará de lo más próximo a una vida feliz. No todos, bien es cierto, pero quién se atrevería ahora a narrar el futuro como si fuera una Arcadia renacentista. No, no se trata de una distopía, aunque lo parezca durante muchas páginas. ¿Utopía? No, tampoco. A pesar de que la inmortalidad conseguida por los usuarios de ‘tsian’ parezca la confirmación de una aspiración legítima, eterna del ser humano.

   Tal vez sea este uno de los aciertos de Caparrós: este medio siglo que viene será como siempre es nuestra historia, parece decir; traerá debacles y hallazgos, el equilibrio inestable entre injusticia y progreso, bandazos. Se percibe en el relato lo que para Moreno (2010: 312) es el “poso amargo” inevitable en todo relato prospectivo, porque el futuro nunca complace las expectativas de la humanidad. Incluso en el origen del mayor invento imaginado, del más poderoso, puede haber un crimen. La supuesta inmortalidad, sospechas e imperfecciones incluidas, ha tenido un precio.

   Creo que, en este sentido, Sinfín se sitúa en la línea de otras tres ficciones prospectivas recientes, la novela Rendición, de Loriga (2017), y las series de Channel 4 y Netflix Black Mirror (2011-2019) y de la BBC Years and Years (2019), por ejemplo. En la primera, una ciudad transparente se ofrece como refugio para los protagonistas y el resto de desplazados por un cataclismo bélico. Si el exterior de la ciudad es distópico, el interior es utopía descorazonadora: reglas estrictas, control y vida supeditada a la falta de autonomía e intimidad. A cambio, la seguridad de que nada va a faltar, el orden, la salvación del desastre. La sombra de Huxley es alargada. El narrador, sin embargo, no lo soporta y huye. Con todas las consecuencias. Si esta es la utopía, yo me bajo, parece ejemplificar.

   El episodio titulado “San Junípero” (2016), de la segunda, representa un mecanismo parecido al de ‘tsian’: San Junípero es un lugar paradisíaco al que las mentes de los fallecidos se retiran para disfrutar indefinidamente de sus mejores años, rescatando la fuerza y el atrevimiento de los tiempos de su juventud. Unas vacaciones eternas. Un perpetuo fin de semana que se ofrece en versión de prueba unas horas a la semana solo para aquellos ancianos abocados al final sin remedio para que decidan qué prefieren: ser transferidos definitivamente a San Junípero o la nada. Y, claro, la nada aterra. En todas las reseñas sobre el episodio se destaca su final feliz, su segunda oportunidad para las mujeres protagonistas. No obstante, flotan muchas de las preguntas que también lo hacen en Sinfín: ¿puede ser vida esa realidad virtual?; ¿alcanza para todos? El argumento no ensaya respuestas porque se centra en cómo las dos mujeres llegan allí, en cómo comienzan a vivir su segundo tiempo. O su prórroga, según se mire. Pero ese “poso amargo” resulta ineludible.

   La trama de la tercera ofrece aún más puntos en común con la novela de Caparrós: se sitúa en un horizonte temporal concreto (muy cercano en este caso: 2019-2034) en el que la innovación tecnológica (mayordomos virtuales, internet evolucionada, implantes cíborg) se desarrolla a la par que el nacionalismo, la disgregación europea, un ataque nuclear, crisis bancaria, epidemia, campos de concentración, intolerancia… El escenario, una vez más, parece distópico pero reconocible. Se diría, pues, que nos espera un mundo francamente peor. La especulación social y política es hermana de la que Sinfín desarrolla en sus páginas. Igual de graves los acontecimientos históricos futuros, también narrados bajo la lógica de los medios de comunicación a través de sumarios y resúmenes similares a los que Caparrós da cabida en algunos capítulos, al menos en uno de cada una de las siete partes de la novela. Y, sin embargo, las acciones finales de los hermanos Lyons, protagonistas de la serie, permiten la caída del régimen autoritario y la liberación de los campos de concentración, augurando un futuro mucho más próspero y apacible después de esta década turbulenta. Además, en un epílogo esperanzado y, al mismo tiempo, chocante, Edith Lyons, enferma incurable de cáncer, se presta a un experimento consistente en, atención, la transferencia de la información de su mente a una base de datos desde la que, tal vez, podría seguir en contacto con su familia. ¿No es una coincidencia sorprendente?


 

   Es destacable, en todo caso, cómo estas ficciones se distancian de la distopía absoluta de otras como, por ejemplo, La carretera, de McCarthy (2006). En las anteriores, como en el Ensayo sobre la ceguera, de Saramago (1995), el desastre acaba por remitir y deja entrever un futuro habitable, aun con todos sus condicionantes. La respuesta puede ser sencilla: lo desconocido da miedo y tememos que se desarrolle a partir de nuestros errores presentes un porvenir amenazante. La ficción explora esas posibilidades, las imagina para que seamos más prudentes o más audaces. Difícil elección.


7. POCO COMÚN


   Ya he explicado antes que no soy un lector asiduo del género a pesar de participar de ese imaginario construido a base de naves espaciales, viajes en el tiempo o tecnologías alucinantes. Puedo, no obstante, asegurar como filólogo que la ciencia ficción es, en conjunto, una narrativa poco común en España, sobre todo en comparación con otras literaturas. El caso de Hispanoamérica no es demasiado diferente, a pesar del prestigio de Borges y Bioy Casares, tal y como aseguran las monografías consultadas. Puede constatarse que continúa una relativa marginalidad del género pese a ciertos éxitos de crítica (Paz Soldán, Barceló, Carrión, Ibáñez, el propio Loriga), aunque la situación haya cambiado sustancialmente en cine y televisión. Según Moreno (2018:177): “desgraciadamente en España apenas se explotaron las posibilidades transgresoras del género, tanto en lo formal como en su contenido, pese a los diferentes y tímidos intentos durante el siglo XX”.

   Algo, no obstante, está cambiando. Esta novela de Martín Caparrós, tan española como argentina por lo que afecta a la formación de su autor y al desarrollo de su carrera, puede formar parte al menos de una última hornada prometedora si no de un cambio de paradigma, puesto que, además, se sitúa claramente dentro de la ficción prospectiva como tal, un terreno que ha sido próspero en otras culturas. El propio Moreno afirma, al final del mismo artículo, que

en las primeras décadas del s. XXI, la ciencia ficción se ha convertido en el género experimental español por excelencia. Ningún otro género literario muestra la osadía de la ciencia ficción ni se ha atrevido a implementar en la narrativa los descubrimientos de las vanguardias. De este modo, lejos de mostrar un arcaísmo innecesario o nostálgico, su mirada radical a la actualidad sociopolítica y cultural ha colocado sus novelas en una situación excepcional que, por desgracia, no cuenta con el apoyo de las ventas (Moreno 2018: 192).


   Si bien yo no suscribiría ese “por excelencia” de la cita, creo que es justo reconocer que la ciencia ficción está desarrollando en la actualidad una narrativa interesante, en modo alguno inferior a los mejores ejemplos de cualquier otro subgénero narrativo. En el caso de Sinfín puede constatarse, desde luego, la “osadía” del párrafo anterior tanto en el aspecto formal como en crítica social, política y cultural.

   Se trata, en el plano formal, de una novela extraña por la manera en que se presenta la trama. Debe recordarse que Lin Antúnez, la narradora, es una relatora que ha investigado la historia de ‘tsian’, así que ella apenas aparece como personaje más que en las páginas finales de su diario y en los viajes necesarios para las entrevistas. Apenas sabemos de su pasado (págs. 91-94) y de todas formas este no es relevante. El resto de personajes solo aparece como tal en las entrevistas (Juliano, Badul, Galdós, Mei, Liao, Senhora), que no dejan de ser una supuesta transcripción de sus palabras, mientras que el resto de sus vidas y acontecimientos (como los relativos a Samar, por ejemplo) aparecen apenas como narración sumarial de hechos, solo interrumpidos por los comentarios y reflexiones de Lin (entre paréntesis, como si no formaran parte del texto definitivo). Lo que quiero decir es que el relato, utilizando recursos de la crónica, el reportaje o el ensayo de divulgación histórica, tiende a la objetividad y al distanciamiento con el lector, sin permitirle empatía alguna con los personajes responsables de la historia. Caparrós no busca que el lector se identifique con quienes han intervenido en la creación y desarrollo de ‘tsian’ sino, igual que pretende Lin Antúnez con sus narratarios de 2072, explicarles la historia reciente de la humanidad a partir de su mayor logro. Que sean conscientes de los pasos dados, de los sacrificios que la humanidad ofrece cada vez que cree avanzar.

   En su relación con la crítica a la sociedad, la política o la cultura, espero haber demostrado en el punto anterior que la novela aprovecha las virtudes de la ciencia ficción para provocar en su público reflexiones interesantes, ya que aborda algunos de los temas más actuales: los límites de la ciencia, la medicina y la tecnología, su relación con las decisiones morales, la angustia ante la muerte, la desigualdad, el fanatismo, el manejo de la información y el papel del periodismo… En este sentido debe destacarse la habilidad de Caparrós para introducir en el relato referencias constantes a las dinámicas geopolíticas e históricas que podrían ser consecuencia de la situación actual, de tal forma que un lector que siga la información de los medios no podrá sino reconocerlas (y, en consecuencia, sentir una cierta inquietud ante lo que le espera). Estos, en definitiva, son los valores de la novela.


8. DUDA Y CERTEZA


   “¿Quieres vivir para siempre?”, preguntaba aquella guerrera indomable a Conan para animarlo a la batalla. Un enfrentamiento temerario, en inferioridad, contra el pronóstico. Desesperado, tal vez. El final de ambos personajes es de sobra conocido. Pero llama la atención que en ficciones actuales se esté problematizando la misma pregunta. En esa tendencia se sitúa Sinfín. La sociedad, abrumada por el desarrollo tecnológico y científico, se ve mucho más cerca de la eternidad y está aún más angustiada por la posibilidad de una muerte cada vez más postergada, al menos en los “países lógicos” (por utilizar la misma palabra con que la novela alude al mundo más desarrollado).

   Pero, por mucho que se la eluda o pretenda aplazarse la muerte sigue ahí. Durante este 2020, además, encarnada en la amenaza de un virus nuevo, en un incremento exponencial de los cadáveres como el que acabamos de vivir. La Historia suele encargarse de recordar cada cierto tiempo esta debilidad. Un trabajo desagradable. Así que, aunque la posibilidad sea tentadora, la realidad es tenaz. No está de más, de todas formas, plantear el fondo de la cuestión. Las ficciones con las que la humanidad se ha imaginado el más allá, se llamen paraíso o se construyan con los mecanismos de la realidad virtual, ¿no dejan de ser una ilusión, una aspiración a la perdurabilidad que el futuro siempre desmiente?

   Al fin y al cabo es esta vida la única certeza. Y quizá aterrorice tanto el siempre como la nada. Las dudas de Lin Antúnez en el desenlace de Sinfín nos devuelven a este punto. No hay otro camino y en el fondo es imposible saber cómo ni qué. No hay, tampoco, nada más humano.

Tengo que hacerme cargo de mis dudas. Contar todas mis dudas. No contarlas como dudas de otros. Es el viejo truco que solemos emplear los relatores: otros dicen, yo no digo nada, yo solo digo lo que dicen otros. Ya he escuchado a los otros, ya los he citado suficiente; al fin y al cabo, son solo personas que tienen, como yo, ideas sobre el tema, que me dan sus opiniones, que me permiten -con sus opiniones- disimular las mías o, incluso, contrabandear las mías. Tengo que hacerme cargo (pág. 477).



BIBLIOGRAFÍA


CANO, Luis C. (2006): Intermitente recurrencia. La ciencia ficción y el canon literario hispanoamericano. Buenos Aires: Corregidor.

CAPARRÓS, Martín (2020): Sinfín. Barcelona: Penguin Random House.

CÓRDOBA CORNEJO, Antonio (2011): ¿Extranjero en tierra extraña? El género de la ciencia ficción en América Latina. Sevilla: Universidad de Sevilla.

LÓPEZ-PELLISA, Teresa (2018): “Introducción”. En López-Pellisa, Teresa (ed.) Historia de la ciencia ficción en la cultura española. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, pp. 9-46.

LORIGA, Ray (2017): Rendición. Madrid: Alfaguara.

MORENO, Fernando Ángel (2010): Teoría de la Literatura de Ciencia Ficción. Poética y retórica de lo prospectivo. Vitoria: Portal Editions.

MORENO, Fernando Ángel (2018): “Narraativa 2000-2015”. En López-Pellisa, Teresa (ed.) Historia de la ciencia ficción en la cultura española. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, pp. 177-195.

WAINBERG, Romina (2018): “Cyborgs, androides y post-humanos en la literatura argentina contemporánea. Nuevos cuerpos, nuevos modos de agencialidad”. Ponencia disponible en Academia.edu. Enlace: https://www.academia.edu/34540394/Cyborgs_androides_y_posthumanos_en_la_literatura_argentina_contempor%C3%A1nea._Nuevos_cuerpos_nuevos_modos_de_agencialidad



SERIES Y PELÍCULAS:

En el cuerpo del ensayo se hace referencia a las películas Conan, el bárbaro (Milius, 1982), Star Wars, (Lucas 1977-1984), Blade Runner (Scott, 1982), 2001: una odisea en el espacio (Kubrik, 1968), Terminator (Cameron, 1984), Alien (Scott, 1979), Regreso al futuro (Zemeckis, 1985), Robocop (Verhoeven, 1987), Interstellar (Nolan, 2014).

No obstante, tienen mayor trascendencia las referencias a dos series de televisión:

Black Mirror, producida por Channel 4 y Netflix (2011-2019). Episodio: “San Junípero” (2016), tercera temporada.

Years and years (2019), producida por la BBC, seis episodios.

1La palabra aparece siempre en la novela escrita como un carácter chino. Aquí se ofrece su transcripción por dos razones: limitaciones de la ofimática y simplificación de la lectura.

viernes, 26 de junio de 2020

Mapa para un poeta perdido

No fim tu hás de ver que as coisas mais leves são as únicas
Que o vento não conseguiu levar.
Mário Quintana

1

   La maldición de las palabras. Eterna. Vigente. Agiganta el tamaño de sus páginas, expande su meseta infinita de letras. Nunca es bastante. Se recorre el océano para nunca cruzar la línea donde acaba. El ejercicio cabezota del poeta, incluso cuando sus versos quedan olvidados, traspapelados, ocultos. ¿Quién los necesita? ¿Los ha pedido alguien? ¿Por qué no callarse si todo fue dicho? ¿Todo fue dicho?
   La misma maldición para el lector, con frecuencia agotado por la caminata. Agradecido cuando para ante el caño de la fuente. Desmesura de la herencia, que lo achicharra en la travesía si no encuentra sombra. Perseverancia con insólita recompensa. Un acierto fugaz, botella que libera al destaparse su mismo suspiro.

2

   Sigue habiendo textos perdidos, se encontrarán nuevos, nunca dejarán de revolotear. Acrobacia combinatoria de vencejos, los poemas. 
   He aquí el mapa de su vuelo: la marca de unos puntos, fotogramas sueltos de un poeta que no está, que no esperaba. Nadie contaba con que hubiera ojos dispuestos a descifrar sus garabatos. Pero también las aguas subterráneas un día devienen manantial. 
   No ha habido traducción del improbable discurso de João Alves Silvestre. La otra maldición, la de Babel, atenuada por su cualidad transfronteriza. Apenas un editor que hilvana los saltos de gorrión, que cuenta los segundos entre relámpago y trueno. 
   Poemas dispuestos para ser visitados, carta de navegación de un viaje sin propósito, como lo serán todos.

3

   Este mapa ahora es tuyo, lector, visitante improbable, también, de una aldea perdida, de las ruinas del acueducto que el viento dejó de mirar. Entra en sus líneas, livianas, dudosas, como corresponde, de su propio valor.

jueves, 9 de abril de 2020

Poesía a tiempo

Los poetas bajaron del Olimpo
Nicanor Parra

1

   En tiempos de emergencia la literatura, en general, y la poesía, en particular, pueden parecer un ejercicio frívolo. No lo son. Aunque debe advertirse que también sería injusto lo contrario: no van a salvar a nadie. Entiéndase: claro que la escritura y la lectura confortan, sobrecogen, emocionan, convencen, conminan, dan un cierto sentido. Si no, no existirían. Pero no dan de comer ni libran del contagio por mucho que el propio Decamerón sea una huida. Huir para encerrarse. Contar para pasar el tiempo y, de alguna manera, reír para escapar de la angustia. Es curioso pensarlo. Sobre todo, ahora.
    Pero, ya puestos a pensar, tal vez vendría bien acordarse de Unamuno en Fuerteventura o de Horacio en Grecia, desterrados también. De Espronceda o Jovellanos en sus cárceles respectivas, rodeados de almenas ante fabulosos paisajes. Sin caer en el tópico ni pensar que a los poetas los favorece el encierro. No seamos ingenuos. De este confinamiento saldrán tantos poemas brillantes como en cualquier otro intervalo. Y muchos más malos poemas que de costumbre. No hay más que echar un ojo. Por más que a uno le tiente, el buen poema no es nunca inmediato. Es una vieja lección. Puedes publicar unos versos en Twitter, Instagram o donde sea. También lo he hecho yo. Pero las redes sociales no prestan atención a la métrica, desperdigan palabras como si diera lo mismo, rebajan su alcance, aunque pudiera parecer a primera vista lo contrario. La informática contra la pausa versal. Complejidad de sentido contra aplicaciones. Segundo asalto. Una muestra vergonzante de estos días, ni siquiera disculpable por la urgencia ni por la presencia en la nómina de alguien tan experto como Drexler:

   Y, aun siendo consciente, vas y escribes. Qué temeridad. Con la certeza de que es imposible encontrar oro. Pero también de que el impulso es un ejercicio incomparable. Ya advirtió Pacheco de la ausencia de más gratificación que la propia exigencia y el intento.  Una fiebre minera distinta a la del pionero. "Sin esperanza, con convencimiento", por si os vale como lema este verso de Ángel González. El lema de mi blasón inexistente.

ORO EN POLVO (José Emilio Pacheco)

Desde mi adolescencia busqué oro
en todas las corrientes de la montaña.
La arena removida alcanzaría
para urdir un desierto.

Y nunca hallé el metal.
Sólo monedas de cobre,
piedras, huesos pulidos, baratijas.

Me voy como llegué.
No perdí el tiempo.

La arena que escapó de entre mis manos
me dio el placer interminable:
el intento.


2

    Cuestiones como estas nunca son nuevas. Pero a veces debes renovarte y volver a ellas desde otro lugar. Y este está siendo un curso de regresos. A la ciudad más bella, a la universidad y a la escritura, por resumir bastante. Y, yendo al grano, el reencuentro con la poesía ha sido de los más fructíferos. Incluso una vez llegado el confinamiento, que vaya por dios.
   El vicio lo he tenido siempre. Pero con los años uno empieza a dudar demasiado. Del valor de esos versos, de su pertinencia. Así que es un buen ejercicio contrastar, buscar aliento, leer a otros, escucharlos. Y, como consecuencia, recomenzar, tachar, pensar, volver.
   Para que esto surta efecto no está de más alguna referencia. Quien escribe y reescribe también necesita leer y ser leído. Y criticado, claro. Si lo hace bien puede salir a campo abierto y dar con un paisaje que no esperaba, escapar de lo anunciado y lo previsto. Nada como darse cuenta que lo que escribes hoy no puede ser igual que lo que escribiste hace años, que es imposible mantener el mismo aprecio, la misma conexión con los poemas que leíste deslumbrado. Otro tiempo necesita otra cadencia. Tampoco esto es nuevo: a pesar de la herencia inmensa que carga la poesía como género todos los poetas saben en el fondo que el poema de hoy aún está por escribir. Que hay que seguir cribando arena. Otra metáfora, escribir como sustracción. Y un requisito, la intensidad. Lo dice Morábito en El idioma materno:
Cuando se escribe con intensidad se está en realidad robando, sustrayendo de los bolsillos del lenguaje las palabras necesarias para aquello que uno quiere decir, justo esas palabras y ni una más.
3

   Me estoy alargando. Lo importante. Eso. Para continuar con esa búsqueda poco halagüeña y soltar lastre no es poco descubrir que hay poesía que leer que merece la pena. Y que no es la "poesía pop tardoadolescente" (el concepto, tan acertado, es de VL Mora) que ha colonizado los grupos editoriales. Estos buscan libros fáciles y rápidos, que podría escribir cualquiera porque no dicen nada. Y no se trata de que las palabras sean más cultas o poco oídas. El lenguaje en desuso se lee mal siempre porque ya está muerto. Se trata de ambición y alcance, de tensión y mirada, de imaginar las voces capaces de ir más allá de la obviedad. Para descubrir lo obvio nadie necesita leer nada. Le basta vivir.
   El propósito ha sido relativamente simple: poner al día las lecturas, escribir y reescribir sin repetirse y compartir con otros. La provocación de algunos profesores ha sido, también, determinante. Así he podido no recobrar la esperanza sino fortalecer el convencimiento. El lema, otra vez.
   ¿Qué lecturas había dejado de lado en estos años? ¿Por qué no había encontrado apenas poetas nuevos, alguno de mi generación, incluso más joven? El oído, debo reconocer, no estaba atento. El proceso nunca termina, pero ahora puedo decir que me había saltado lecturas imprescindibles: Julia Uceda, Chantal Maillard, Ada Salas, Eduardo García. He leído con placer y admiración a muchos otros, sobre todo en antologías, pero no quiero hacer una lista demasiado extensa.

4

   ¿Cuántos buenos poetas están en activo? ¿Cincuenta? ¿Sesenta? Quién podría decirlo. Novedades hay muchas, cada vez se publican más, es cierto. Aunque probablemente no varíe el porcentaje de las que merecen la pena. Las exploraré, sin duda. Pero he reservado este espacio para dos. Libros tan diferentes que me han resultado complementarios, que ventilan la casa a la vez que concentran el aire. Sin palabrería ni exhibicionismo. Contundentes y rotundos, cada uno a su manera.
   El primero es La cámara te quiere, de Pablo García Casado (Visor). Pura osadía. Poemas en prosa. Diferentes voces. Un solo tema: el porno. Por qué, para qué, quién, cómo. Y, si hay intensidad, un tema son todos: el dinero, el amor, la muerte, la familia, la enfermedad, el deseo, la violencia. Los poemas perturban porque retratan. El realismo en poesía no consiste en remedar situaciones sino en explorar significados. El resultado es más duro. Ningún punto de vista consuela o satisface. Ni el de las que actúan, los que pagan, los que miran. Un libro descorazonador también hace falta.Van aquí dos muestras:

REALITY
En realidad, no ocurre así. No te abordan dos desconocidos, no sonríes, no quieres hacer un castin para una película. Ni por doscientos euros, ni por trescientos. No quieres subir a ese coche. No quieres hacer el castin, ya sabes para qué es el castin. Pero estás en Gran Vía, y sonríes, y subes a ese coche, sí, por qué no. Y haces el castin. Y sabes qué vas a decir, que has estado con algunos chicos. Con chicas sólo una vez, en una fiesta, con Juani, mi mejor amiga. Que tenías un novio, que lo habéis dejado porque era un poco celoso. No tienes fantasías, bueno sí, las tienes, todo el mundo las tiene. Que te abracen bajo la lluvia. Pero dices trío, gangbang, hacerlo con un negro. Hablas de ello a la cámara, dices que te gustaría con un negro. Y aparece Leroy, con gafas de sol y camisa hawaiana.
ANTONIO, 63
He encontrado a alguien, se parece mucho a ti. Es una morena de ojos negros, italiana, muy racial. Su casa no es como la nuestra, tiene piscina, jardinero. Bueno, es un decorado, vete tú a saber cómo es su casa, dónde vive realmente. Pero en el vídeo lleva un vestido rojo igual que el que te pusiste en la boda de Santiago. Así, con mucho escote. La cámara la sigue al dormitorio, la cama no es como la nuestra, pero a ti te habría gustado, así, grande, con muchos almohadones. Me recuerda mucho a ti. He encontrado fotos tuyas en bikini, de cuando íbamos a Gandía y los niños eran pequeños. Paula me ha dicho que tiene más en su casa. Quiere arreglar lo de tu armario, tirar cosas, yo le he dicho que no hay prisa. Que todo a su tiempo.

   Otros libros del autor comparten alguna de estas sensaciones, aunque ninguno es tan estricto y cerrado como este. Es el poeta que más y mejor está trabajando el poema en prosa. Ahí están Dinero y García, imprescindibles, lo que no quiere decir que los libros anteriores no merezcan la pena. Una poética de profundidad que parte de la degradación de lo corriente, en algún punto entre el Carrefour y tu casa. Y, cómo no, en mi caso, una cercanía generacional y estética,  una familiaridad inspiradora.


y 5

   El segundo es Los días hábiles, de Carlos Catena Cózar (Hiperión). Veintitrés años más joven, otra generación y, sin embargo, alguna coincidencia. En este caso son poemas de métrica libre pero siempre bajo control, ritmo casi de salmo y de versos muchas veces compuestos y absolutamente despojados, hasta de signos de puntuación y de título, como si fueran fragmentos de un mismo monólogo. Su discurso es contenido y a la vez contundente. El trabajo, la familia, el amor y la distancia articulan el libro. Descarnado, trabaja sobre la decepción. La de los abuelos y padres que ven cómo la siguiente generación no ha recibido las ventajas de su esfuerzo. La de los jóvenes expatriados y precarios, explotados por empresas y organismos, viviendo incómodos lejos de casa y sabiendo que aquí venderían su independencia, si es que existe de una forma que no sea virtual. Transcribo dos ejemplos de todo esto, recordando que me han sido especialmente caros los poemas en que la casa simboliza todo el esfuerzo de la estirpe, la cristalización de un trabajo perdido.

he visto a las mejores mentes de mi generación
destruidas por un contrato basura de cara al público
hombres y mujeres de ciencias emigrados al frío
indefensos sin literatura ante tal paisaje
no puede escribir sobre el fracaso
quien no ha bajado al infierno:
un restaurante donde languidecen los yonquis
se asean los mendigos
y vienen a morir las expectativas
un lugar de luz perpetua
donde algunos tratan de escribir sobre el fracaso y otros
lo copan.

si mi madre sufriera un infarto en mitad de la noche
sería noche solo para uno de sus tres hijos
si los tres decidiéramos que ya no puede vivir sola
tendríamos que evaluar nuestros nuevos países
(la asistencia sanitaria la situación política el clima)
y la primera vez que mi madre volara
sería para llegar al sitio en el que morirá
a miles de kilómetros de la casa del pueblo
la casa donde nació y dio a luz
y que (sin inquilinos de verano)
caerá por el abandono
también las fiestas patronales desaparecerán:
cuando la familia apenas viva en la misma franja horaria
quién se acordará de las vírgenes
que velan por la salud de las mujeres solas. 

   Otra vez el peso de la realidad y el sentido de una vida puesto en cuestión, como no puede ser de otra manera en las obras valiosas. Esta sobrecoge, emociona y deja exhausto a un lector que aprecie mínimamente la capacidad del lenguaje para desvelar las claves de cuanto somos, su potencia.
   En ambos casos se trata de literatura sin superficialidad ni obviedades, pertinente, actual y honesta, porque tiene ambición y conoce sus limitaciones. Desde luego, muy lejos de las propuestas simples de quienes, pagados de sí mismos y engreídos, ni siquiera son capaces de crear una voz original, fuera de los tópicos y de las modas. Leedlos. La poesía, cuando es buena, es insustituible. Y, creedme, llega a tiempo. Siempre. 


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