viernes, 3 de junio de 2011

Un tipo decente

   Hago un hueco aquí para este poema que escribí hace unos tres años y que, por casualidades del destino, parece ir ganando actualidad en vez de perderla.

UN TIPO DECENTE 

Seguramente usted pueda considerarse
si no un buen ciudadano, un ejemplo,
sí uno decente que cuida de sus hijos,
atiende a las personas que le solicitan ayuda,
se interesa por sus compañeros y amistades,
cumple eficientemente en el trabajo,
respeta las leyes, paga los recibos,
se interesa en cierta medida por los grandes problemas de
la humanidad,
se ofende ante la injusticia,
siente lástima por los desgraciados
y la responsabilidad, de tiempo en tiempo,
de decidir su voto según lo que estima
ser el bien común.

Hasta que un día se pregunte –quizá
primero inocentemente, después
con verdadera curiosidad-
por qué su bondad o su decencia
no se ven recompensadas.
Porque usted ve las noticias, lee
un periódico o escucha
la radio y comprueba
que el gobierno al que votó
no cumple el programa;
que cada vez tiene el deber de sentir más lástima
porque aumenta en progresión geométrica el número
                de desgraciados;
que las empresas con mayor margen de ganancias cada
                vez le pasan facturas más costosas;
que al hacer un bonito regalo a su familiar más querido
le está siguiendo el juego a grandes almacenes, grupos logísticos
                e importadores
que escamotean salud, tiempo y dinero a sus empleados;
que al acabar de colocar una teja del alero de su casa
un chaval boliviano resbaló y murió aplastado contra el suelo
porque el capataz le había insistido que no había tiempo de
                ponerse el arnés que eso tiene que terminarse antes
                del almuerzo o te corto los huevos;
que el tipo que pagaba a aquel chaval 500 euros menos que a sus
compañeros legalmente contratados
había soltado al alcalde de su pueblo otro sobre más voluminoso
para obtener la concesión de la obra de aquellas viviendas
pensadas para familias como la de usted,
perjudicada por el mercado
y la inmoralidad de aquellos
que no usan las casas que poseen.

Entonces reflexiona.
Analiza su propia responsabilidad en los procesos
que tienen como consecuencia tales calamidades
nunca debidamente sancionadas
y descubre
que la única manera honrada que conoce de sacarle algún
                 beneficio a su dinero
son productos financieros que respaldan la actuación de
                 empresas públicas y privadas
que especulan con la energía y los alimentos
y colonizan países llenos de desgraciados;
y que si renuncia a ese beneficio se verá obligado a prescindir
                 de ciertos lujos insignificantes;
y que si, por el contrario, gasta todo lo que tiene, o lo quema,
no podrá cuidar de quien ama;
y que si intenta ahorrar por su cuenta un poco más,
el descenso del gasto y del consumo provocarán
una menor actividad y quizá el cese de negocio
y quién sabe si un número importante de despidos
en los servicios e industrias para las que usted mismo trabaja.
Y su pareja.
Y sus amigos.
La gente del barrio.
Sus compañeros.

O sea, que usted que se creía, si no bueno,
alguien decente, educado, responsable y amoroso
está de mierda hasta el cuello.
Y piensa en lo triste
que es que las cosas funcionen así.
Se siente decepcionado, traicionado por toda
la parafernalia que alimenta sin descanso
este "áspero mundo" que conoce
desde que nació.
Finalmente siente asco, náuseas y tiene
ganas de llorar porque se da cuenta
de que mañana seguirá siendo decente, educado, responsable 
                y amoroso 
porque no le queda más remedio.

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