sábado, 24 de marzo de 2012

Los viajes en el tiempo del señor Galdós

   ¿Por qué me pasarán siempre este tipo de cosas? Uno se pone a leer tranquilamente un rato una tarde cualquiera y... zas, se topa con ciertas palabras que parecen escritas a la medida del momento. Por un instante da la sensación de que tuvo que intervenir alguna instancia metafísica, incorpórea o divina en semejante revelación. Pero no, ya sabemos que el mundo es prosaico por muchas vueltas que le demos a los versos y que el azar es cabezota pero solo eso: azar, bonito nombre.
   Así que ahí van las susodichas, encontradas en el capítulo I de La fontana de oro, de Galdós (obviamente, la negrita es mía):
   Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces. Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían a la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias. En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba sino como un convidado más, añadido a la lista de alcaldes, funcionarios, gentiles-hombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa, y desempeñaba como tal el papel que la etiqueta le prescribía.
   Las cosas pasaron de distinta manera en el período del 20 al 23, en que ocurrieron los sucesos que aquí referimos. Entonces la ceremonia no existía, el pueblo se manifestaba diariamente sin previa designación de puestos impresa en la Gaceta; y sin necesidad de arcos, ni oriflamas, ni banderas, ni escudos, ponía en movimiento a la villa entera; hacía de sus calles un gran teatro de inmenso regocijo o ruidosa locura; turbaba con un solo grito la calma de aquel que se llamó el Deseado por una burla de la historia, y solía agruparse con sordo rumor junto a las puertas de Palacio, de la casa de Villa o de la iglesia de Doña María de Aragón, donde las Cortes estaban.
   Más allá de elucubraciones estériles sobre el intertexto, ¿no es impresionante que, tal y como quise hacer ver en la entrada anterior, sintamos décadas después la misma rabia o rebeldía?
   Ya se sabe que la historia, de alguna manera, anda repitiéndose, pero por alguna razón (tal vez cierta inclinación sentimental) me emocionan estas correspondencias con el pasado y con las ocurrencias de gente que se supone tan distante, habida cuenta de lo mucho que hemos cambiado desde entonces (o eso nos han dicho).
   Los hechos históricos o novelescos contados en este libro, se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización [...]. Mucho después de escrito este libro [...] me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23.
   Esto dice Galdós en el prólogo de 1870, mientras se preparaba la llegada de la I República, refiriéndose al escaso periodo de vigencia de la Pepa (bicentenaria esta semana, ¿otra casualidad?). Y, salvando las distancias gracias a nuestra indomable inteligencia, ¿no será que volvemos a estar en las mismas?

¿Las dos caras de la moneda?

   Ejercicio: 
  1. Reescriba el segundo párrafo de la primera cita adaptando los nombres del rey, el periódico y algunos elementos ornamentales.
  2. Relea el resultado con suspicacia.
  3. Rodee las semejanzas entre ambas imágenes.
  4. Sonría /suspire.
  

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