domingo, 16 de septiembre de 2012

Jugársela o...

"Nadie es tan esclavo como quien se cree libre sin serlo", 
 J. W. Göethe

   "Que se lixe a troika, queremos as nossas vidas" (a la mierda la troika, queremos nuestras vidas) fue el lema de las movilizaciones de ayer en Portugal. Claro que es mucho más políticamente incorrecto de lo que se podría esperar en este país tan aborregado. ¿Por qué? Probablemente porque los portugueses acaban de comprender a quién se enfrentan; ya han apuntado al enemigo, como pasó en Grecia. 

Basta de roubar o povo!
     Por el contrario en España aún no se tiene claro. No hay más que comparar aquel con el lema de la manifestación de Madrid: "¡Vamos! Quieren arruinar el país. ¡Hay que impedirlo!". Más allá de la odiosa sintaxis de este segundo, la diferente intención de los convocantes y de la mayoría de los participantes en cada una resulta patente: mientras el portugués se dirige a quienes controlan efectivamente su economía y, en consecuencia, gobiernan injusta e ilegítimamente, el de los sindicatos timoratos de España parece sacado de un libro de autoayuda. Lo mismo se puede decir de la única reivindicación: que el gobierno convoque un referéndum ¡para que se voten las leyes que ellos mismos han aprobado ya con su mayoría en el congreso! ¿De verdad puede haber un mayor disparate? Además de que el referéndum en cuestión nunca se daría, ¿no es una forma pacata de legitimar a la aristocracia política?
   El resultado de la manifestación, aunque sin carga policial, se acercó mucho al de la que apoyó la huelga de la minería el 11 de julio: envío de autobuses más o menos subvencionados, gritos y discursos protocolarios, mercadotecnia sindical y puntualidad británica a la hora de disolverse, de tal forma que quienes se unieron a la protesta en el llamado "bloque antideuda" (asambleas de barrio, sindicatos no subvencionados y otros colectivos) asistieron, otra vez perplejos, a un verdadero paripé de protesta, como refleja Enrique Flores en sus anotaciones.
   La verdad es que hace un año no parecía tan difícil de asumir una explicación coherente de la situación que provocara una verdadera movilización masiva y, al menos, pusiera en dificultades al gobierno, la UE y su maraña de instituciones y la clase alta. Podía suponerse que a estas alturas estaba claro que los partidos políticos mayoritarios estarían completamente deslegitimados, al igual que los sindicatos que no defendieron a los trabajadores; que la gente comprendería que no había que seguirles el juego a los poderosos, que el sistema capitalista había fracasado estrepitosamente y que, para solucionarlo, había que darle a todo una vuelta como de calcetín.
   Pero, sin embargo, no está pasando nada, como recordé en una entrada anterior: el gobierno cada vez toma medidas más injustas a favor de los dueños del capital y la inexistente clase media es más low cost que nunca y aún suspira "virgencita, virgencita...". El único acto de rebeldía ha sido comprar menos porque... no se puede, mientras el ensayo de sociedad que quería tender a la igualdad, la justicia, etc., se va deshaciendo como la capa de hielo del océano ártico.
   No quiero decir que nadie esté haciendo nada, solo que son pocos, muy pocos quienes verdaderamente están dando guerra a los dirigentes del desastre: hay unos miles de personas en un país de 45 millones que han propuesto movilizaciones mucho más reivindicativas y exigentes (las acampadas, manifestaciones no autorizadas, la próxima iniciativa de "Rodea el Congreso"...), han denunciado controles policiales, impedido desahucios...
   Lo suyo les cuesta, pues ha habido cientos de detenciones y miles de identificaciones y multas desde la primavera pasada, las últimas el sábado y precisamente bajo la consigna de eliminar cualquier referencia a la movilización del 25S, que es la que verdaderamente preocupa a los poderosos y su policía (incluso han identificado a los participantes en la asamblea que la organiza como posibles conspiradores sediciosos). Se la están jugando y, sin embargo, nadie parece entenderlo, tal es la falta de solidaridad.
   Y, de forma muy valiente, unos profesores madrileños se han atrevido a convocar una huelga indefinida sin el apoyo de la corte sindical (UGT, CCOO, STEM, ANPE, etc.) porque saben que con sus métodos no se consigue nada. Hoy no van a empezar el curso en secundaria. Y si estos profesores fueran suficientes, el caos y la presión serían tales que la Comunidad de Madrid tendría obligatoriamente que reconsiderar la situación y retroceder en sus propósitos.
   Este es el ejemplo. O nos la jugamos de alguna manera o puede darse todo por perdido. Lo siento si duele, pero veo mucha más gente resignada que rebelde y muy poca conciencia de la gravedad de lo que está sucediendo. 
   Ojalá las próximas movilizaciones funcionen, reúnan a tantos como para que el resto se replantee su actitud y sirvan de ayuda a otras por venir. Ojalá la huelga que empieza hoy, aunque ignorada por los medios, empiece a cambiar mentalidades asustadas. Ojalá no se recuerden estos años por la desaparición de la solidaridad y la capa de hielo del Ártico. Ojalá, porque no tengo nada claro que escribir esto sea hacer verdaderamente lo que es necesario.

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