miércoles, 28 de marzo de 2012

Es el momento

   Cierta pardoja de la lengua inglesa hace que se use la misma palabra para expresar el tiempo como transcurso o como instante. Sin embargo, no es tan descabellado. Al fin y al cabo, a partir de instantes se conforma la historia.
   El 29 de marzo es uno de estos momentos, ahora mismo el momento más importante. Más allá de las cuestiones dudosas que puedan surgir sobre los sindicatos subvencionados, la huelga sigue siendo el arma reivindicativa básica de quien trabaja. No hay otra. Parar las máquinas es la única manera de oponerse a los patronos y al mayor de todos ellos, el estado.
   La clase privilegiada, la burguesía financiera, tiene claro que la gente debe trabajar más, cobrar menos (y, por tanto, generar más paro), perder libertad y derechos y acomodarse en su lugar al fondo de la pirámide. Están en contra del derecho de huelga, del subsidio de paro, de la pensión suficiente, de la renta básica, de las ayudas por renta, la educación y sanidad públicas... Si cualquiera de estas cosas te importa algo, es el momento. 
   La opción, para ellos, nunca será redistribuir la riqueza. Valgan como ejemplo las palabras ofensivas y denigrantes de los dirigentes de la CEOE y el Banco de España. Su postura está clara. ¿Y la tuya?
  
   Recuerda:

   No boicotees la huelga de los demás.
   No hagas compras.
   Reivindica lo que es justo (para ti y para los demás).
   Toma la calle.

   Es el momento.

   Me permito incluir aquí una traducción de la canción de Lou Reed a la que estaba aludiendo. Es básica, rasgada, dura, hermosa. Y, por supuesto, la mía no es más que una interpretación.


No es momento para estrechar
las manos ni celebrar.
No es momento para aplaudir
a la banda municipal.

No es momento para el optimismo
ni momento de dilucidar
si mi país está bien o mal.
Recuerda lo que ha pasado.

No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.

No es hora de dar la espalda.
No es hora de felicitar.
Ni de andarse por las ramas
o ponerse a recitar.

No es momento para beneficios
ni mandarte comer y callar.
Tampoco para santiguarse;
no volverá a ser así jamás.

No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.

No es momento de olvidar el odio
ni para contener la ira.
No es momento para ser frívolo
porque el tiempo no se estira.

No es momento para la venganza
ni para averiguar quién eres.
Es peligrosa la libertad
de quien llega a conocerse.

No es hora de ignorar alarmas.
No es  hora de lavar los platos.
No pidamos perdón después.
Destino es cambiar el pasado.

No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.
No queda tiempo.

No es momento de darse la vuelta,
tomar copas o pillar crack.
Va siendo hora de unir fuerzas,
apuntar y disparar.

No es hora de recibimientos
o de poner banderitas.
No es tiempo de "ser o no ser"
porque el futuro está al caer.

No es momento para la retórica.
No es momento para los discursos.
Es momento para la acción,
porque el futuro ya llegó...

Es el momento.
Es el momento.
Es el momento
porque no queda tiempo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Los viajes en el tiempo del señor Galdós

   ¿Por qué me pasarán siempre este tipo de cosas? Uno se pone a leer tranquilamente un rato una tarde cualquiera y... zas, se topa con ciertas palabras que parecen escritas a la medida del momento. Por un instante da la sensación de que tuvo que intervenir alguna instancia metafísica, incorpórea o divina en semejante revelación. Pero no, ya sabemos que el mundo es prosaico por muchas vueltas que le demos a los versos y que el azar es cabezota pero solo eso: azar, bonito nombre.
   Así que ahí van las susodichas, encontradas en el capítulo I de La fontana de oro, de Galdós (obviamente, la negrita es mía):
   Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces. Se alzaban arcos de triunfo, se tendían colgaduras de damasco, salían a la calle las comunidades y cofradías con sus pendones al frente, y en todas las esquinas se ponían escudos y tarjetones, donde el poeta Arriaza estampaba sus pobres versos de circunstancias. En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba sino como un convidado más, añadido a la lista de alcaldes, funcionarios, gentiles-hombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa, y desempeñaba como tal el papel que la etiqueta le prescribía.
   Las cosas pasaron de distinta manera en el período del 20 al 23, en que ocurrieron los sucesos que aquí referimos. Entonces la ceremonia no existía, el pueblo se manifestaba diariamente sin previa designación de puestos impresa en la Gaceta; y sin necesidad de arcos, ni oriflamas, ni banderas, ni escudos, ponía en movimiento a la villa entera; hacía de sus calles un gran teatro de inmenso regocijo o ruidosa locura; turbaba con un solo grito la calma de aquel que se llamó el Deseado por una burla de la historia, y solía agruparse con sordo rumor junto a las puertas de Palacio, de la casa de Villa o de la iglesia de Doña María de Aragón, donde las Cortes estaban.
   Más allá de elucubraciones estériles sobre el intertexto, ¿no es impresionante que, tal y como quise hacer ver en la entrada anterior, sintamos décadas después la misma rabia o rebeldía?
   Ya se sabe que la historia, de alguna manera, anda repitiéndose, pero por alguna razón (tal vez cierta inclinación sentimental) me emocionan estas correspondencias con el pasado y con las ocurrencias de gente que se supone tan distante, habida cuenta de lo mucho que hemos cambiado desde entonces (o eso nos han dicho).
   Los hechos históricos o novelescos contados en este libro, se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización [...]. Mucho después de escrito este libro [...] me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23.
   Esto dice Galdós en el prólogo de 1870, mientras se preparaba la llegada de la I República, refiriéndose al escaso periodo de vigencia de la Pepa (bicentenaria esta semana, ¿otra casualidad?). Y, salvando las distancias gracias a nuestra indomable inteligencia, ¿no será que volvemos a estar en las mismas?

¿Las dos caras de la moneda?

   Ejercicio: 
  1. Reescriba el segundo párrafo de la primera cita adaptando los nombres del rey, el periódico y algunos elementos ornamentales.
  2. Relea el resultado con suspicacia.
  3. Rodee las semejanzas entre ambas imágenes.
  4. Sonría /suspire.
  

martes, 20 de marzo de 2012

¿Te suena?

   Piensa en un lugar en el que los políticos corruptos obedecen a los intereses de quienes les han promovido en su puesto o quienes se lo garantizarán después con la promesa de no ser juzgados o, en el peor de los casos, eludir sentencias condenatorias; en el que la pobreza se extiende rápidamente y las vacas empiezan a pasar hambre aunque solo sea por solidaridad; en el que el trabajo es, en lugar de un derecho, una obligación económica, un motivo de explotación y un imposible práctico; en el que los patronos (aka empresarios, aka emprendedores) coaccionan a sus trabajadores; en el que la justicia es arbitraria y paradójica, tanto que llegará a sobreseer su propio caso; en el que se premia al adulador y se margina al crítico, se esconde la verdad y se levantan impresionantes trampantojos que disimulen los destrozos en la fachada y la estructura del edificio en el que aún malvives; en el que la mayor tarea de un enorme dispositivo de instituciones, empresas, grupos, partidos y sindicatos es que no tomes conciencia de la situación real; en el que la información es mayoritariamente propaganda; en el que (last but not least) todos estos comportamientos no conllevan ningún tipo de reproche, condena, castigo. Más bien al revés. Incluso aunque haya muchos papeles escritos que dicen que esto no debería ser así. Será que a alguien se le derramó el café encima de ellos y ahora justo no se pueden consultar.
   ¿Te suena?
   Espera, no te oigo bien.
   O sea que sí, que mucho. Ah, que se te parece mucho a lo que pasa aquí.
   ¿Seguro? Piénsalo, que luego te podemos acusar de demagogia. Al fin y al cabo esto es un país civilizado.
   ¿Cómo que es aún peor? ¿Que viene de lejos? ¿Que crees haberlo leído en algún sitio? 
   Bueno, hay muchos...
   ¿Que se te parece a la historia de un libro viejo que leíste en COU? ¿Luces de qué?
   Ah, Luces de bohemia. Sí, el escenario de aquella historia no podía ser más decadente: un país empobrecido, cutre, plagado de injusticias.
   O sea, que según dices si cogiéramos cualquiera de sus escenas podríamos buscarle un paralelo con la situación actual. Pero hace casi cien años.
    Ya, el ministro corrupto, los enchufes en los cargos de la administración, la insolidaridad, la violencia policial, la persecución política, detenciones ilegales...
   Sí, es muy triste. ¿Y este mismo fin de semana? ¿En Madrid? 
   Había oído que llevaban tiempo haciéndolo.
   Vamos, como en aquella escena...
   Sí, es muy emocionante... y terrible.
   Sí, fue una de las que añadió Valle-Inclán en la segunda versión.
   ¿Que por qué? No sé, se daría cuenta de algo...  


El calabozo. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la sombra se mueve el bulto de un hombre. Blusa, tapabocas y alpargatas. Pasea hablando solo. Repentinamente se abre la puerta. MAX ESTRELLA, empujado y trompicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la puerta.

MAX: ¡Canallasl. ¡Asalariados! ¡Cobardes!
VOZ FUERA: ¡Aún vas a llevar mancuerna!
MAX: ¡Esbirro!

Sale de la tiniebla el bulto del hombre morador del calabozo. Bajo la luz se le ve esposado, con la cara llena de sangre.

EL PRESO: ¡Buenas noches!
MAX: ¿No estoy solo?
EL PRESO: Así parece.
MAX: ¿Quién eres, compañero?
EL PRESO: Un paria.
MAX: ¿Catalán?
EL PRESO: De todas partes.
MAX: ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.
EL PRESO: Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo.
MAX: ¿Eres anarquista?
EL PRESO: Soy lo que me han hecho las Leyes.
MAX: Pertenecemos a la misma Iglesia.
EL PRESO: Usted lleva chalina.
MAX: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos.
EL PRESO: Usted no es proletario.
MAX: Yo soy el dolor de un mal sueño.
EL PRESO: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.
MAX: Yo soy un poeta ciego.
EL PRESO: ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.
MAX: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.
EL PRESO: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de sus escombros con otro concepto de la propiedad y del trabajo. En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo!
MAX: ¡Barcelona es cara a mi corazón!
EL PRESO: ¡Yo también la recuerdo!
MAX: Yo le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrono muerto, algunas veces, dos... Eso consuela.
EL PRESO: No cuenta usted los obreros que caen...
MAX: Los obreros se reproducen populosamente, de un modo comparable a las moscas. En cambio, los patronos, como los elefantes, como todas las bestias poderosas y prehistóricas, procrean lentamente. Saulo, hay que difundir por el mundo la religión nueva.
EL PRESO: Mi nombre es Mateo.
MAX: Yo te bautizo Saulo. Soy poeta y tengo el derecho al alfabeto. Escucha para cuando seas libre, Saulo. Una buena cacería puede encarecer la piel de patrono catalán por encima del marfil de Calcuta.
EL PRESO: En ello laboramos.
MAX: Y en último consuelo, aun cabe pensar que exterminando al proletario también se extermina al patrón.
EL PRESO: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés.
MAX: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano.
EL PRESO: Estoy esposado.
MAX: ¿Eres joven? No puedo verte.
EL PRESO: Soy joven. Treinta años.
MAX: ¿De qué te acusan?
EL PRESO: Es cuento largo. Soy tachado de rebelde... No quise dejar el telar por ir a la guerra y levanté un motín en la fábrica. Me denunció el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora voy por tránsitos, reclamado de no sé qué jueces. Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso...
MAX: ¿Pues qué temes?
EL PRESO: Que se diviertan dándome tormento.
MAX: ¡Bárbaros!
EL PRESO: Hay que conocerlos.
MAX: Canallas. ¡Y ésos son los que protestan de la leyenda negra!
EL PRESO: Por siete pesetas, al cruzar un lugar solitario, me sacarán la vida los que tienen a su cargo la defensa del pueblo. ¡Y a esto llaman justicia los ricos canallas!
MAX: Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime.
EL PRESO: ¡Todos!
MAX: ¡Todos! ¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España?
EL PRESO: Señor poeta que tanto adivina, ¿no ha visto usted una mano levantada?

Se abre la puerta del calabozo, y EL LLAVERO, con jactancia de rufo, ordena al preso maniatado que le acompañe.

EL LLAVERO: Tú, catalán, ¡disponte!
EL PRESO: Estoy dispuesto.
EL LLAVERO: Pues andando. Gachó, vas a salir en viaje de recreo.

El esposado, con resignada entereza, se acerca al ciego y le toca el hombro con la barba. Se despide hablando a media voz.

EL PRESO: Llegó la mía... Creo que no volveremos a vernos...
MAX: ¡Es horrible!
EL PRESO: Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?
MAX: Lo que le manden.
EL PRESO: ¿Está usted llorando?
MAX: De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.

Se abrazan. EL CARCELERO y el esposado salen. Vuelve a cerrarse la puerta. MAX ESTRELLA tantea buscando la pared, y se sienta con las piernas cruzadas, en una actitud religiosa, de meditación asiática. Exprime un gran dolor tacíturno el bulto del poeta ciego. Llega de fuera tumulto de voces y galopar de caballos.
La obra completa, aquí.
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