martes, 30 de octubre de 2012

La caridad no es cara

Sabemos que no hay tierra
ni estrellas prometidas.
León Felipe  

   Amancio Ortega ha donado 20 millones de euros a Cáritas. Amancio Ortega, el prohombre nacional, el modelo a seguir por los jóvenes sin rumbo, el ejemplo a estudiar en las modernas escuelas de negocios donde se educan nuestros futuros gobernantes, ese Amancio Ortega, el tercer tipo más rico del mundo, el de los 40.000 millones, batiendo marcas.
   Ahí está su generosidad. No solo comparte su dinero sino también el ejercicio impecable de sus deberes morales. Y qué quieren que les diga: no me sorprende. 
¿Qué iba a hacer con ese dinero? ¿Invertirlo? ¿Gastarlo? ¿De verdad creen que se pueden gastar 20 millones con 76 años? ¿Y 40.000? ¿Para qué quiere alguien 40.000 millones?
   Ya, ya sé que en realidad ese dinero es virtual, que depende de lo que se pague por unas acciones, pero también es virtual el dinero que mucha gente debe a los bancos. O todo en general, si nos ponemos. Entonces, ya que pocas opciones habría de dar uso a un dinero como ese, ¿por qué no utilizarlo para irse ganando el cielo, no vaya a ser que pase algo? No sería la primera vez, ¿verdad?
   Hace tiempo era una práctica muy corriente. ¿Se acuerdan? Había bulas papales que se compraban para quedar eximido de cualquier culpa y así poder mandar el alma a San Pedro con la tranquilidad de que pasaría el control. Incluso, ya puestos, había quien las falsificaba, pues los estafados solo comprobarían el engaño al pasar al otro barrio (si es que lo había).
   Las donaciones, en aquella época, eran los méritos en vida de quienes, como cristianos (todos tenían la obligación de serlo) y por tener la dicha de pertenecer a una clase privilegiada, se compadecían de los miles o millones de menesterosos. La iglesia católica gestionaba estas donaciones, que, incluso a pesar de las corruptelas, servía para atender a una parte de los desclasados y crear novedosos instrumentos financieros como los montes de piedad, los primeros sin ánimo de lucro (aunque ya sabemos cómo acabaron al final las cajas de ahorro o Noos, que supuestamente tampoco lo tenían).
   En aquellos momentos el dinero donado, o las posesiones, no desgravaban sobre la tasa de ningún impuesto, pues se suponía que sus beneficios serían espirituales, lo mismo si se ayudaba a levantar una capilla, a mantener un convento o un hospital. El estado era oficialmente una comunidad cristiana, así que la caridad de sus miembros (nobles y burgueses) era la única política de ayuda social o asistencial existente. Si había pobres era porque dios así lo había querido, pero también porque daba la oportunidad a quienes se enriquecían de llevar a cabo sus buenas obras con ellos y así compensar su desgracia. No había injusticia en ello, era la voluntad de dios, por mucho que contradijera a las escrituras (Mc 10:25).

   Quizá lo que sorprenda es que siga vigente en el mundo actual este concepto de caridad, cuando las leyes llevan al menos dos siglos intentando ocuparse de hacer valer el principio de igualdad entre los hombres y distribuir la riqueza, si bien no en términos igualitarios, al menos de manera justa o proporcional, de modo que ningún ciudadano pueda quedar desamparado.
   Ya, se me olvidaba que esta parte de los derechos humanos o principios constitucionales, etc. suele quedar en agua de borrajas. Pero en teoría los impuestos que paga cada uno deberían servir para atender a quienes no tienen dinero, casa, trabajo, etc. ¿Será que el sistema tributario es tan complicado como le pareció a Lola Flores? ¿O es que no recauda lo suficiente? ¿Es que está obsoleto y no consigue su objetivo de redistribuir los beneficios de unos pocos?
   Son, seguro, preguntas complejas, pero volvamos a lo principal. ¿No es totalmente escandaloso que aún haya quien considere necesaria la caridad o la limosna para sostener la sociedad? ¿Y si además quien así lo hace es el tercer hombre más rico del mundo a través de una fundación que tributa el 10% en el impuesto de sociedades? ¿Y si resulta que, además, desgrava entre 2 y 6 de esos 20 millones en su declaración del IRPF con tan magnánimo gesto?

   Algo no pinta bien cuando las instituciones no son capaces de acabar con la pobreza, tan necesaria en el sistema económico, todo sea dicho. Y, desde luego, algo anda mal en el mundo cuando una sola persona puede disponer de un capital semejante. Salta a la vista. Su conciencia, como la de muchos otros ricachones supuestamente creyentes, no debería estar tranquila, al menos según las palabras que supuestamente dijeron los supuestos enviados de un supuesto dios. Aunque quizá no les preocupe. Para mí que Amancio Ortega ya se ha condenado. Lo tiene muy jodido para escapar del infierno. Y lo sabe. Pena que no exista.

   Desengáñense: la caridad no es cara. Habrá que buscar otra forma de que pague.

San Martín, icono antiguo de caridad, el noble que comparte (Por Miguel Jiménez).

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