miércoles, 1 de octubre de 2014

Una vida extraordinaria

   Supone un tremendo gustazo ponerse a leer a lo tonto, sin referencias ni planes, rescatando esa intuición que tantas veces te ha hecho dar con algo valioso y otras cuantas, no. Pensé que cogía Un pez gordo de la estantería de la biblioteca porque me podía interesar por trabajo. Creí que a lo mejor servía para los chavales de 1º de ESO, pero al que me ha gustado es a mí.
   Conste que no es ninguna obra maestra, pero, como diría Vilas, basta ya de hacer arqueología con la literatura. Aquí había un tipo de mi edad que quiso contar cómo era su padre porque le daba la impresión de que era la única forma de darse cuenta él mismo. Una especie de terapia, vamos, pero nada de psicólogos. ¿Para qué han servido tantas historias si no?
   No he querido investigar sobre el autor en cuestión, Daniel Wallace, porque me parece (sí, con una pizca de soberbia) que capté lo importante: me imagino al tipo, bien jodido después de morir su padre, dándole vueltas a la manera de contar a los demás algo sobre él, intentando soltar a alguien más su mezcla de admiración y frustración.
   Debió de pensar mucho o tener una iluminación, porque dio en el clavo.

   ¿Cuál era el problema? Pues que o bien uno se pasa horas entrevistando y grabando y molestando a su propio padre para acabar haciendo un mamotreto bienintencionado que puedan leer sus nietos, con chascarrillos, fotos, expedientes académicos y souvenirs, o bien lo deja enfermar en paz, cuidándolo y asumiendo que no conocerá nunca realmente la historia con todos sus detalles.
   Si lo pensamos un poco nos daremos cuenta de que en realidad a nuestros familiares los conocemos de una manera paradójica: sabemos cómo son, pero ignoramos por lo menos las nueve décimas partes de su vida. Les hemos oído contar mil veces la misma anécdota de tal viaje o aquel día, pero no tenemos ni idea de lo que pensaban ni de lo que hacían la mayor parte del tiempo. Aunque hayamos convivido años, décadas.
   Suele pasar y permitidme que piense que no es malo que sea así.
   A Wallace debía pasarle exactamente eso con su padre. Seguro que tuvo posibilidad de investigar un poco y preguntar a sus amigos, etc. Pero en un momento pensó: "a quién cojones le importa".
   Y, sin embargo, no tenía la más mínima duda de que su padre era un personaje perfecto y de que ese personaje merecía una buena historia y de que esa historia no podía ser biografía.
   Manos a la obra.
   Una novela. Y que luego, si quieren, la cataloguen como juvenil porque se me ha ocurrido imaginar los acontecimientos.
   Eso es Un pez gordo: una recreación del personaje del padre a partir de una mezcla de episodios verosímiles y fantásticos, un intento de realismo descabellado cuya mayor virtud es la sencillez, tanto en el planteamiento como en el estilo. Así, los recuerdos se hacen míticos; una vida normal, legendaria.
   Son especialmente interesantes los capítulos "La muerte de mi padre (toma 1, 2 3 y 4)", cuatro acercamientos a un intento de conversación final del hijo con un padre que esquiva lo trascendental. Aparecen intercalados en medio de encuentros misteriosos, anécdotas juveniles, fenómenos meteorológicos desproporcionados y amores primerizos que reconstruyen, de la única manera que Wallace supo, una vida extraordinaria, como todas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...