miércoles, 25 de noviembre de 2015

El triunfo del olvido

   A pesar de la cantidad de películas hechas en España sobre la Guerra Civil o la dictadura no recuerdo ninguna que trate el triunfo posterior del olvido, el trauma del recuerdo cuando todo, supuestamente, ya ha pasado, cuando el ejército ha dejado ya de gobernar. Desde aquí suele pensarse el franquismo como si no tuviera relación con otras dictaduras, como si fuera un hecho singular, único. La excepción de la historia; un accidente. Y, por lo tanto, como si nadie pudiera comprenderlo fuera de estas fronteras o con otra educación sentimental.
   Puede que parezca mentira, pero un español no suele reconocer que una dictadura muy similar hizo de Portugal el estado fascista más duradero del mundo (1926-1974). Y no digamos al mencionar otras dictaduras militares más o menos cercanas (en lo cultural, lo sentimental y lo migratorio): Grecia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Perú... De vez en cuando conviene mirarse en el espejo del otro.
   Como decía, no recuerdo películas hechas aquí que se dediquen a analizar cómo sobrevivieron a la dictadura las víctimas y los verdugos, aunque sí alguna novela. No es un asunto cómodo. Supone asumir que algunos verdugos triunfaron y tuvieron éxito y que muchas víctimas nunca fueron tratadas con justicia. A nadie le gusta pensar eso, aunque la realidad se le parezca tanto.
   Sin embargo, en algunos de estos países que he nombrado, cuyas dictaduras fueron, por lo general, más breves, este asunto es mucho más común. Leí varias novelas argentinas que tratan de alguna manera la vida de los torturadores después de la dictadura, Esperanto, de Fresán, sin ir más lejos.
   Pero no encuentro mejor síntesis sobre la cuestión que la de la película recientemente ganadora del Colón de Oro en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, Magallanes. Sí, de vez en cuando también conviene buscar en los sitios pequeños, más allá del estreno, fuera de foco. Y, recordemos, la síntesis de un problema histórico y moral como este se encuentra en numerosas ocasiones en el origen de una obra de arte, más frecuentemente en el teatro, el griego por ejemplo.

   La película tiene, además de esta cuestión, muchas más implicaciones. Es riquísima por su tratamiento de los prejuicios étnicos, de clase, históricos o machistas, pero me centraré en su exposición del dilema: olvido vs. memoria. El trauma narrado es muy hondo, terrible, difícil de asumir como real por muy verosímil que resulte. Pero, pasados los años, un par de décadas, ¿qué conviene? ¿Puede o debe olvidarse?
   Celina es, en esta película, la víctima, la torturada, la violada, la reprendida por los militares que, en todos los casos mencionados, podemos considerar como el bando vencedor. No busca venganza, ni siquiera justicia porque no se imagina siquiera esta oportunidad. Su situación es terrible, pero ha asumido su papel: y nada pretende; nada reclama; nada espera.
   Pero el azar, el puro azar, pone en la secuencia inicial en su camino a un antiguo soldado, Harvey Magallanes, el represor casi accidental y con conciencia, el único capaz de recordar su historia, de rescatar la memoria, de procurar justicia. Precisamente porque es culpable.
   Esta justicia sería, en todo caso, particular y obtenida de modo ilegal, pues (y esta es una lectura importante) la justicia parece inalcanzable como sociedad y menos aún por medios democráticos. La historia es conocida y el número de condenados, irrisorio. La venganza es una posibilidad más asequible.
   Queda claro: ni en Perú ni en prácticamente ningún lado (aquí tampoco) los represores han pagado sus crímenes. Aún más: ¿es posible juzgar cuando un porcentaje tan alto de la población encubrió, silenció o permitió los delitos por miedo, sugestión o beneficio? Complicado, ¿verdad? Después de la II Guerra Mundial ya se creyó imposible e, incluso, inconveniente. Y, pasado un tiempo, ¿quién quiere remover la mierda?
   Un pasado como este no puede tocarse sin mancharse. El propio Magallanes acabará hasta el cuello, como el hijo del Coronel, el principal torturador y violador de Celina. La trama nos pone ante este caso durísimo para que pensemos en todos aquellos que permanecerán siempre ocultos porque ni siquiera sus protagonistas pueden soportar tanto dolor.
   Así que Celina no buscaba venganza ni justicia. Magallanes, al ofrecérsela para calmar sus propios remordimientos, resucita su viejo e indecible sufrimiento. La rechaza. Incluso cuando los giros de la trama parecen favorecerlo. Solo se permite, ya casi al final, un grito, un pequeño monólogo ante el hijo del Coronel, el mayor Medina y el propio Magallanes. Es, lógicamente, por su importancia narrativa, la escena capital. Y entonces...
   ...cuando por fin se desahoga dice algo que nadie entiende.
   Celina grita, reprocha, insulta en su lengua materna, prehispánica. Ninguno de los presentes la entiende. Ningún espectador. No hay subtítulos. El silencio abruma cuando acaba. Nadie le puede responder. Se va.
   El olvido ha triunfado de tal manera que el entendimiento es imposible. Se ha olvidado a las víctimas, cómo no, pero también se muestra (y esto me parece muy destacable) cómo los verdugos han olvidado su propio papel. El Coronel, senil, apenas es capaz de reaccionar ante un nombre. Y hasta Magallanes se ha ocultado a sí mismo el gesto más aberrante de su pasado. Y parecía que podría redimirse...
   Y algo aún más aterrador: ¿es este un olvido conveniente para todos? Edipo no fue desgraciado hasta que descubió la naturaleza verdadera de sus hechos, hasta entonces encomiables. ¿No sería mejor no haber sabido? Llegados a este punto ¿hay perdón posible?



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