domingo, 3 de abril de 2016

Ver, oír y, sobre todo, callar

  No cabe duda de lo complicado que resulta recurrir a la idiosincrasia de un pueblo o una sociedad para explicar un fenómeno, sea histórico, social, económico, cultural... Hablar de ese carácter colectivo es peligroso porque supone una generalización siempre injusta y recuerda los tiempos en que se caracterizaba a las sociedades por su religión, su fe, su simpatía o su gracia. Porque esos tiempos ya han pasado ¿no?
   Precisamente un día escuché, en una de esas manifestaciones del pasado vía NO-DO, cómo se nombraba al "primitivo y generoso pueblo gallego". Sí, exacto, con esa voz y esa banda sonora. Con semejantes antecedentes hay que andarse con cuidado, desde luego.
   Aun así, tanto Nacho Carretero en su libro como yo aquí no encontramos más remedio que escarbar con tiento los prejuicios, aunque al propio presidente en funciones le traiga sin cuidado ("cada uno es como es"). Porque esto va de un libro de Nacho Carretero. Y Nacho Carretero es periodista. Y gallego. Da igual el orden.
   Se trata de un libro excelente, Fariña, que relata la historia del narcotráfico en Galicia desde los primeros años de la democracia hasta la actualidad. Los datos reunidos son impresionantes; la documentación, precisa. Se nota, evidentemente, que no ha sido un trabajo fácil ni rápido, que ha consultado hemerotecas y publicaciones de todo tipo, ha realizado entrevistas y ha conseguido, no sin cierta dificultad (y a esto volveré más adelante) testimonios espeluznantes y valiosos. Se nota, como él mismo dice, que llevaba tiempo deseando contar esta historia, pues piensa que es muy relevante en el pasado reciente de Galicia. Paradójicamente, no ha habido muchos que quisieran contarla. A saber por qué.
   El relato es, pues, completísimo. No hay personaje de la época que no aparezca ni se retrate, desde el Sito Miñanco detenido en el chalet de Madrid con un teléfono por satélite a Nené Barral presentándose a las elecciones de Ribadumia (y ganándolas) o Laureano Oubiña soltando brusquedades al juez. No hay polémica ni discusión que se evite, como la relación de los políticos y el poder con los narcos, en especial los cargos del PP, que casi siempre gobernaron las zonas de descarga y la Xunta. No hay hecho clave que no aparezca perfectamente explicado, como la mutación del contrabando de tabaco en tráfico de cocaína, la relación con los carteles colombianos, las operaciones judiciales y policiales...
   Pero la mayor virtud del libro va más allá de la recopilación de la información, ya de por sí meritoria. Algo que el periodismo que se lee por ahí últimamente tiene bastante olvidado y que es en el fondo la clave de la disciplina: hallar la manera de contar efectivamente lo ocurrido, de conseguir que el lector pueda considerar después de leerlo que ha entendido perfectamente lo que ha pasado. Porque este no es un libro para especialistas, sean historiadores, juristas o sociólogos. Es una crónica que pretende recordar a la gente que, por mucho que se siga mirando a otro lado, este es el país que más droga ha traficado de toda Europa y Galicia, su experimento más logrado.
   Desde luego, gracias a que los hechos están perfectamente analizados con rigor pero sin parafernalia, detallados sin exhaustividad, cualquier lector puede desentrañar una historia sorprendente (pero muy real). La secuencia cronológica, tan bien desarrollada por el autor, resulta sencilla: en Galicia, como en otros lugares fronterizos y costeros, floreció el contrabando, el negocio del especulador en tiempos de escasez, que, durante los primeros años de la democracia se convirtió en la ruta de paso más utilizada para introducir cocaína colombiana en Europa en cantidades increíbles. Entonces, algunos contrabandistas se convirtieron en verdaderos capos y sus clanes acumularon un dineral mientras la policía y la justicia se mostraban claramente ineficaces. A partir de mediados de los 90, sin embargo, se organiza la lucha antidroga, los narcos empiezan a caer y los clanes mutan de nuevo. Surgen nuevos grupos y algunos de los antiguos continúan. El negocio, a menor escala, aún existe.
   Algunos aspectos de la historia son  bastante conocidos, pero el autor destaca otros que, por conveniencia, se suelen pasar por alto: la cantidad de guardias civiles y policías implicados, la connivencia de los políticos, las maniobras oscuras desde y contra la justicia, las implicaciones empresariales...
   Pero, aun explicando esto, quedan algunas preguntas ineludibles y espinosas: ¿por qué entonces?; ¿por qué en las rías gallegas?
   La crónica no puede dedicarse a argumentar una opinión, pero los hechos que relata dejan asomar posibles respuestas, muchas de ellas realmente preocupantes. Varios factores conforman la primera, el "entonces". Por ejemplo, los cambios que la transición conllevó en el uso social de las drogas y en las reformas fiscales y legales tardías (el contrabando era, a principios de los 80, una falta administrativa, no un delito). En cualquier caso esto significa que la presión fiscal, legal y policial sobre el contrabando o el narcotráfico fue irrisoria durante los 80 y fue aumentando progresivamente hasta la actualidad. Aquella primera década fue de barra libre. Y a partir de ahí, todo.
   Pero, ¿y el "dónde"? Porque había muchas zonas costeras que podrían haber servido para descargar y traficar con droga. ¿Cómo prosperó una organización tan extensa y compleja en los pueblos de las Rías Baixas? ¿Cómo es que nadie quería darse cuenta de lo que pasaba? Esta es la reflexión que quiero destacar sobre las demás y la que el libro me ha suscitado.
   Tal vez quien no viva aquí o no conozca suficientemente Galicia se quede perplejo al conocer cómo los contrabandistas (y luego los narcos) eran aclamados al frente de clubes de fútbol, como el Celta de Vigo o el Cambados; que algunos de los mayores delincuentes tuvieron cargos políticos o que sus empresas siguen estando activas y acaparando mercado; o, simplemente, que la mayoría cumplió condenas por evasión fiscal y no por tráfico de drogas. Todo el mundo los conocía. Sabía dónde estaban y, en general, a qué se dedicaban. Sin embargo, nunca fueron un problema. Y no solo porque la justicia no actuara, sino porque todo aquello no estaba demasiado mal considerado. Aún más, hasta se justificaba.
   ¿Es que en Galicia se había formado una nueva moral que promovía la despenalización o la legalización de la droga? Nada más lejos. De hecho, algo así acabaría con el negocio. ¿Síndrome de Estocolmo? Tampoco. ¿Inconsciencia? Permitidme que lo dude.
   Es cierto que Galicia, desde la posguerra, siendo una de las regiones más deprimidas, se había acostumbrado a una economía de supervivencia. También pasó en otros lugares, pero en ninguno se extendieron tanto los negocios ilegales con el paso del tiempo. El elemento distintivo no son solamente la orografía o la demografía. De hecho, la economía sumergida sigue siendo aquí más alta que en el resto del estado. Y está creciendo. Otra vez. Y eso a pesar del envejecimiento de la población. En los 80 y los 90 ironizaban con ello hasta las canciones, con la enorme circulación de la droga o con el dinero negro:



   Parece haber, ante todo, una moral y una forma de actuar bastante perniciosas y asentadas durante décadas. La máxima es clara: "ver, oír y callar". Se critica al vecino pero no se habla a la cara, hay envidia, pero se disfraza y, en definitiva, nadie debe meterse en lo que otros hacen, pues cada uno, de puertas para adentro, no le debe explicaciones a nadie. Resulta, desde luego, un sentido muy pobre de lo colectivo, que nunca tiene en cuenta el interés común sino el particular. Y todo a pesar de que la vida de las aldeas, en el pasado, precisaba cierto entendimiento y colaboración. Pero ya fuera consecuencia del caciquismo o la necesidad, el caso es que perdura una actitud muy conservadora.
   Esto no explicaría por sí solo las contundentes mayorías del PP en las elecciones, sino, sobre todo, cómo han podido perpetuarse ciertas prácticas comerciales, laborales o sociales. Por supuesto, también explicaría la supervivencia de redes y organizaciones criminales sin levantar la más mínima sospecha ni rechazo social. Solo a partir de mediados de los 90, cuando el volumen del negocio era realmente imposible de ocultar y algunas consecuencias del narcotráfico empezaron a notarse en la propia sociedad gallega (ejemplos como el de la "generación perdida" de Vilanova son sangrantes), se inició una pequeña resistencia (Érguete). Sin embargo, y pese a lo clamoroso e insostenible de la situación, nunca representó el sentir general.
   En los pueblos de las rías se sabe perfectamente quién fue contrabandista. Y quién fue a las descargas. Y no se les afea. A pesar de que sus "trampas" los enriquecieron y colocaron a los suyos en una posición muy ventajosa frente al resto. A pesar de que los impuestos no pagados habrían hecho progresar mucho más a la zona que las dádivas del capo. A pesar de las secuelas de la droga que se vendió aquí. También se sabe quién ha traficado, quién ha levantado mansiones o montado una tienda, una gasolinera, un restaurante, un hotel.. aparentemente de la nada. Aquí abundan los negocios pequeños y muchos son estacionales, así que blanquear es bien sencillo. 
   Pero las personas implicadas no sienten ni sentirán vergüenza. Ahora que muchos ya volvieron de pasar temporadas en prisión siguen manteniendo sus negocios como si nada, asesorando a la siguiente generación o, incluso, dirigiendo discretamente la siguiente descarga. ¿Por qué? Sencillamente porque no hay nada que reprochar: unos pocos muertos por ajuste de cuentas, algunos tiroteos... en décadas. Nunca hicieron de la comarca un lugar más inseguro. Donde no llegaba el estado ahí estaban ellos. Y soltaban dinero a diestro y siniestro. ¿Quién se atrevería a denunciar? ¿Quién muerde la mano que le da de comer?
   Ya de los tiempos del contrabando proviene esta connivencia del pueblo con sus caciques, protectores y tiranos, paternalistas y caprichosos. De su respetabilidad dependía su estatus. Un buen ejemplo es el Mariscal de la novela de Manuel Rivas, Todo é silencio.
   Pero ya basta. Las consecuencias de este comportamiento han sido lo bastante graves como para obviarlas. Sin embargo, afortunadamente Galicia es mucho más que esta gran mancha. Hacía falta hablar de ella, y más ahora que nadie parece recordarla porque las noticias no le guardan demasiado espacio. Este es el principal mérito de Fariña. Nos avisa de cómo se produjo semejante barbaridad. Es mejor recordarlo, porque el olvido favorece repeticiones indeseables de la historia. Aun así, para superarla hace falta dar un paso más, muy complicado: mientras no exista una concepción diferente de lo público, una verdadera solidaridad, estamos aviados. Seguiremos levantando muros, escondiendo en garajes, disimulando en galpones, vendiendo y comprando frente a la lonja, criticando en las tabernas, aparentando delante de la iglesia, pero, eso sí, ofreciendo espléndidas raciones de comida. Galicia Calidade.

Primera toma de conciencia: la operación Nécora.


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