sábado, 13 de febrero de 2016

Dudosa genialidad

   Con frecuencia ocurre que la tradición, la crítica o el simple boca a boca te acercan a ciertas obras (discos, libros, películas, lo que sea) supuestamente geniales. Normalmente resulta sencillo refrendar aquellas opiniones, confirmar que los buenos prejuicios tenían su razón de ser.
   Eso suele pasar. Pero a veces... A veces, no. Y es lo que siento ahora al terminar El idiota, de Dostoyevski. Tanto tiempo oyendo opiniones sobre las virtudes literarias de su autor y las expectativas remontando las nubes. Incluso un profesor que me había asegurado que era el mejor novelista de todos los tiempos. Así, claro, es más fácil defraudar. 
   Y no es que esperara nada especial de la novela: no conocía la historia, no me dirigí a ella por un interés particular (histórico o de otro tipo), apenas había leído algo del mismo autor (El jugador, sin un recuerdo especial, y un verano de hace unos 20 años)... Vamos, que no soy presa del desconcierto del fan traicionado, sino un sorprendido por la sobrevaloración de los demás.
   Creo que El idiota parte de un propósito extraño: crear un personaje (y no una trama) ajeno al mundo real. El príncipe Mishkin es un personaje inédito, único: ni intenso, ni dramático, ni romántico, ni racional, ni culto, ni solidario, ni apasionado, ni sentimental... Es el resultado raro de un experimento (creo que) fallido: el intento de colocar en la sociedad un personaje insulso, desconcentrado, incapaz, torpe, aburrido... Puede que la novela se haga más antipática por ello. Pero hay relatos interesantísimos sobre personajes odiosos o inmóviles o inútiles o enfermos. Bartleby, sin ir más lejos. 
   Desde mi punto de vista, algo falla. Porque no es difícil entender la "idiotez" literal del príncipe y están plenamente justificados sus fracasos en una sociedad cuyos modos y reacciones no comprende. Una vez terminada la lectura se recuerdan pasajes agradables y entretenidos por aquí y por allá: en la primera parte, sobre todo, tanto en la casa de los Epanchin como en la de Gania y, sobre todo, aquel arranque de pasión (el único) al final de ella, ese ofrecimiento de matrimonio suicida a Nastasia Filípovna; una pequeña parte de su conversación con Rogozhin en la segunda parte; el intento de suicidio de Ippolit en la tercera o el interés concentrado en los dos últimos capítulos, mucho más dramáticos.
   ¿Será que me ha vencido el estilo decimonónico? Si hasta disfruté con las novelas de Alarcón, las partes "documentales" de Moby Dick, la morosidad de Os Maias... ¿Será la traducción? Me temo que tampoco, pues hasta me impresionó la traducción infame de Resurrección, de Tolstoi, que aún anda por casa. ¿Seré yo? Supongo que es normal que a uno mismo le surjan dudas de su capacidad de vez en cuando, así que intentaré razonar aquí, en voz alta. 
   El idiota es una novela del montón. Ya está. Ya lo he dicho. Me parece un relato fallido, pues la ineptitud del protagonista no genera nada: no hay empatía, compasión, interés; ni siquiera ironía. Así que se pasa por las páginas como si no sirvieran de nada. Puede que el propósito de estas mismas páginas sea experimentar esa sensación. Pues hasta en eso creo que se equivocó el autor, pues su excesivo alargamiento de momentos insípidos deja más bien cansancio. Es el cansancio de las situaciones repetidas sin gracia y sin motivación. Se van produciendo pequeños atisbos de cambio, algunos hechos curiosos o medianamente interesantes que, sin embargo, se pierden en diálogos excesivos, nada elocuentes ni brillantes, pero tampoco por exceso de celo realista (de hecho casi no hay descripciones). Hay varios ejemplos: tres o cuatro veladas abarcan aproximadamente la mitad de la novela; los parlamentos de los personajes con frecuencia sobrepasan la media página para apenas decir nada. El desarrollo de los diálogos y las discusiones es, por tanto, pesadísimo.
   En Kafka las situaciones absurdas, aunque no lleven a ningún sitio, resultan intensas y angustiosas. De aquí no se saca nada: solo el figurón del protagonista y una trama de amor y perdición muy extraña, que resulta inmotivada desde el punto de vista narrativo porque se focaliza la acción en el príncipe Mishkin, cuando Nastasia desaparece casi por completo de la novela durante 400 páginas. Cuesta asimilar este desarrollo caprichoso. Incluso si se prefiere un final tan anodino como este. Seguro que Dostoyevski pensó que, haciéndolo así, estaba consiguiendo otra cosa. No sé si era un genio, pero aquí no lo parece.
   No lo he investigado, pero puede que todo esto tenga que ver con la redacción de la propia novela, los problemas económicos, la publicación por entregas... Tal vez de ahí la necesidad de llevar la idea inicial a mayores dimensiones de las que se debía. También ahí podría estar la causa de ciertas extrañezas producidas por la lectura. Llama la atención, por ejemplo, la incongruencia del narrador. Cuando la novela decimonónica había precisamente dedicado sus esfuerzos a dar coherencia y sentido a la voz del narrador, resulta que Dostoyevski no parece saber a qué está jugando. Unas veces relata con la seguridad del omnisciente, otras duda, otras parece un periodista recabando información de los testigos del "caso", otras habla en plural, otras comenta... El propio autor parece, por tanto, no estar muy seguro de lo que está haciendo: 

El príncipe sabía que en casa de los Epanchin, en la ciudad, solo podía encontrar [...] al general, retenido por razones de servicio. Le pareció que este podía llevarlo consigo inmediatamente a Pávlovsk, y antes tenía deseos vivos de hacer cierta visita (pág. 298).
Si se nos pidiera una explicación [...] acerca de en qué medida la boda fijada satisfacía los verdaderos deseos del príncipe, en qué consistían precisamente estos deseos en aquel momento [...] confesamos que nos resultaría muy difícil (págs. 772-773).
Todo lo que después sucedió con motivo de esa boda, lo contaron luego las personas bien informadas como sigue y, según parece, de acuerdo con la realidad (pág. 796).
Sabe Dios cuánto tiempo estuvo allí sentado y en qué estuvo pensando. Tenía miedo de muchas cosas y sentía con gran pena y dolor que estaba horriblemente asustado (pág. 808).

    En fin, creo que cierta confusión sí genera. Y no es una confusión humorística o irónica, como en Cervantes o Sterne. Me da que, simplemente, es un error. Y si alguien cree poder convencerme de lo contrario, que lo intente, por favor, no se me vaya a pasar desapercibida otra genialidad.

El genio en su pedestal


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...