sábado, 30 de septiembre de 2017

La literatura, la vanidad y la patria

He aprendido que lo que llaman patria, incluso lo que llamamos con cariño nuestra patria chica, está metido en conserva, guardado en carpetas entre miles de expedientes y representado por funcionarios que se encargan de quitarle a uno cualquier sentimiento patriótico hasta que no queda ni rastro de él.
B. Traven 

    Creo que acomodamos las lecturas a nuestro presente y, solo ahí, adquieren algún sentido. Nada más escurridizo que nuestro propio tiempo y, por tanto, pocos significados más cuestionables que el de la literatura y otras invenciones. Así, la oportunidad de la propia literatura es tan inescrutable como los caminos del señor.
   Sobre esta dificultad de entender su mismo concepto, de fijar su sentido y razón de ser, divaga Bartleby y compañía, un "viejo" libro de Vila-Matas publicado en el 2000, cuando yo aún andaba en la universidad, y que hasta hoy no me ha dado por leer.  El azar de las bibliotecas también es inescrutable.
   Desde luego, he disfrutado enormemente con los fingidos y verdaderos chascarrillos de literatos de todos los tiempos que Vila-Matas reúne en una antología de renuncias a escribir. Su voluntad parece, sin embargo, aproximar el libro a la enciclopedia de las razones por las cuales escribir, lo que sería exactamente lo contrario al propósito enunciado por su narrador, trasposición jorobada e irónica del autor, un verdadero friqui de la escritura.
   Se advierte, ciertamente, un fondo irónico en todo este catálogo de hombres y mujeres que dejaron de escribir, ya que todos ellos dedicaron a la literatura grandes esfuerzos, como el propio narrador, que solo publicó veinticinco años antes y pretende volver a la escritura con estas anotaciones sobre los diversos bartlebys (sic) de la historia literaria. Menuda paradoja. Lo infructuoso de cualquier empeño, sea artístico o no, la vanidad de las empresas humanas, impregnan todo el libro. Pero a la vez lo envuelve la belleza de todos los intentos que se saben fracasados de antemano. Supongo que, en el fondo, siempre ha sido así.
   Lo admirable de la obra de Vila-Matas es cómo se muestra comprensivo en la renuncia, voluntarioso en el fracaso y atento al destello original. Puro amor a la escritura en todas sus vertientes. Consciencia de que es tan inevitable como inútil seguir aumentando el caudal de palabras, a pesar de que algunos llegaran a pensar que ya era suficiente. Y lo dejaran.
   El catálogo de bartlebys empieza con Robert Walser, termina con la muerte de Tolstói y pasa por multitud de grandes nombres de la literatura (Rimbaud, Rulfo, Kafka, Salinger...) y otros más desconocidos entre los que es fácil infiltrar algún topo ficticio. La selección es tan arbitraria como el propio narrador. El viejo juego posmoderno, ya se sabe.  

*      *      *

   Aunque lo parezca, B. Traven no es un topo. Él es el penúltimo de la lista y su historia inverosímil leída un día como hoy, en el que se vive un revival de la caza de brujas, del primer año triunfal, del 23F y de Sopa de Ganso, me devuelve la sensación de que más insignificante que la literatura, por fracasada que esté, es la patria. 
   Ha llegado a plantearse por culpa de Wittgenstein que ningún discurso es capaz de expresar nada y ni siquiera se acerca mínimamente la superación de las fronteras. Los humanos somos bastante cabezotas. Banderas absurdas vuelven a poblar las calles y no puedo dejar de sentir vergüenza. Un país lleno de policías y banderas no puede generar otro sentimiento. Existe un escepticismo sano y valiente que debería habernos hecho suficientemente sabios como para reconocer la inconsistencia de las leyes y los estados. El escepticismo de Groucho o de Valle-Inclán, por ejemplo.
   Tal vez baste con un par de verdades para, partiendo de unos mínimos, seguir una conducta cabal: primera, que nuestro mundo es provisional y su supuesto orden, tan inestable como nosotros mismos; segunda, que solo tiene sentido actuar pensando que somos los otros, pues de ahí nace la única libertad apreciable.
   Basta ya de informativos tendenciosos y de discursos estúpidos. Solo existe la patria de cada uno, inabarcable, cambiante y arbitraria, tan ligada a un barrio o un terruño como a unas voces, unos recuerdos y cierto sabor. Ojalá la ironía posmoderna la colocara por fin en su merecido lugar en el museo, tan accesorio. Ojalá hubiera comprado en México aquel libro de Traven.


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